HAN DICHO...

LA ELEGANTE SUTILEZA DEL "EL CABALLERO DE OLMEDO" DE EDUARDO VASCO

 

«El Caballero de Olmedo» es una de las historias mejor contadas del conjunto del teatro de Lope de Vega. Su nudo es sencillo y el desenlace, evidente. Sucede lo que tiene que suceder en la época de un rey justiciero al que no le tiembla la mano ante un crimen que, además, le afecta de cerca, pues el muerto es una persona a la que tiene en gran estima. En la obra, además de la ideología manifiesta de magnificar la realeza, están patentes los tópicos teatrales de la época y de siempre: el amor, los celos, el rencor, la envidia, el amor filial, el miedo a lo mágico, el sueño présago, el galán noble y valiente, la dama que prefiere la libertad del amor al matrimonio acordado, el pretendiente y su amigo, el padre viejo y honorable, la maga engatusadora e interesada y el criado gracioso.

Según los estudiosos, Lope de Vega basó la acción en un hecho real acaecido en 1521, del que se hacen eco otras muchas obras del siglo XVII, incluso del propio Lope, vivo en la tradición oral de Olmedo y de Medina y que motivó la famosa copla de la muerte del caballero: «Que de noche le mataron / al caballero, / la gala de Medina, / la flor de Olmedo. / Sombras le avisaron / que no saliese, / y le aconsejaron / que no se fuese, / el caballero, / la gala de Medina, / la flor de Olmedo». El ambiente histórico y el nombre de los personajes provienen de otro acontecimiento, ocurrido a unos antepasados de la familia del anterior a mediados del siglo XV. De otra parte, la figura de Fabia, por su carácter y algunas situaciones dramáticas, revela una influencia directa de «La Celestina».

Eduardo Vasco ha realizado una versión canónica. La propuesta pone en bandeja para el público al mejor Lope de Vega; con su versión y su dramaturgia potencia las características románticas de la obra y el acabado perfil psicológico de los personajes. Con sutileza y sencillez nos muestra, como también ocurre en «La Celestina», el ansia de vida y juventud que corre por los inicios y que luego choca con la trágica idea de la muerte y de la fatalidad tan típica del siglo XV. Y algo muy importante, en lo que Eduardo Vasco es doctor, la sonoridad del verso lopesco y la dicción del mismo son muy claras y facilitan la comprensión en aquellas partes en las que el conceptismo se adueña de los mensajes.

La compañía Noviembre nos tiene acostumbrados a excelentes trabajos, detallistas, minuciosos, en los que todo es mensaje: la escenografía minimalista y el texto, el movimiento y el gesto, el vestuario y la iluminación, la música en directo o el canto aflamencado y el taconeo con los que comienza el espectáculo.

En el teatro moderno, en el que se buscan escenografías de bajo coste, las hay inteligentes o surrealistas. La que propone Carolina González para «El caballero de Olmedo» es de una notable belleza en su sencillez funcional, evocadora de espacios con los escasos detalles muy bien pensados; pone de manifiesto claramente que lo conceptual en escenografía tiene sentido si está bien medido. El escenario abstracto, que no vacío, sirve de maravilla al lugar, al tiempo y a la acción sin necesidad de explicar nada, pues todo se comprende en la simulación de los ambientes más dispares.

Complemento imprescindible del todo escenográfico es la iluminación ideada por Miguel Ángel Camacho, muy bien estudiada, muy bien dirigida y con su propio mensaje, como en la escena en que se ilumina al rey justiciero.

Así mismo, este director, músico él, siempre ofrece protagonismo a la música en vivo; en esta ocasión, se ha servido de un verdadero contraste en un contexto: un intérprete con una guitarra eléctrica, que acompañaba suavemente los momentos más líricos o que con sus rasgueos subrayaba otros más significativos o marcaba rupturas de escenas; de unos cantos corales populares aflamencados con palmas y tacones, así como del efecto eco. Una sutileza más integrada armónicamente.

En las obras que dirige Eduardo Vasco casi nunca falta otro artista, el diseñador madrileño Lorenzo Caprile, que ha realizado unos impresionantes figurines, evocadores de la época en que se sitúa la acción. Los trajes son de una belleza y una línea puramente artística y siempre buscando, en coherencia con el tema de la obra, la adecuación descriptiva, como es el traje de piel de Tello, los ricos y elegantes de doña Inés y doña Leonor o los significativos de Fabia y el rey.

Y el teatro es esencialmente interpretación. Y sabemos que hay papeles que favorecen más que otros, que dan más juego. Y también hay actores que saben sacar leche de una alcuza. En la compañía Noviembre nunca falta ese monumento viviente del teatro que es Arturo Querejeta. Llena la escena con su sola presencia; dice un discurso con un solo gesto; canta, baila, hace guiños constantes y consigue una total empatía y complicidad con el público. El Tello que encarna en esta obra quedará como ejemplo para la historia del teatro. A la altura de Querejeta está Charo Amador con el desempeño de una Fabia excelsa, acelestinada, dominando con naturalidad los cambios de registro, con una voz impecable y una pose de reina de las tablas sin humillar a nadie. Daniel Albadalejo encarnó un caballero humano, nada grandilocuente; enamorado sin alharacas; valiente pero sin ínfulas; temeroso de los presagios a partir de un sueño; amador de sus padres… Estuvo muy bien en cada una de las caras de este prisma teatral y siempre buscó el equilibrio, aunque quizá debiera elevar la voz cuando se escora hacia los laterales del escenario o se agacha, para que se entienda bien lo que dice más allá de la mitad de la platea. Isabel Rodes interpretó una doña Inés muy verosímil y con mucha frescura y fineza, acompañada de Elena Rayos en el impecable papel de doña Leonor. El resto del elenco tuvo la altura sobresaliente para que la obra quedase redonda y sin altibajos. Del conjunto, realmente se puede decir que han realizado una interpretación brillante.

La compañía Noviembre ha pasado una vez más por el Teatro de Rojas y ha dejado, como siempre, la firma de un excelente trabajo teatral que ha sido aplaudido calurosamente por el público.

 

Antonio Illán Illán

ABC

30/11/2018

EL HECHIZO DE "EL CABALLERO DE OLMEDO" CAUTIVO LAS ALMAS DE LOS ESPECTADORES


Con una versión propia de Eduardo Vasco y bajo su dirección, ‘El caballero de Olmedo’ cautivo en el Aurea. Por esa sencillez en la puesta en escena y por la energía que desprendía cada verso interpretado por el magnífico elenco de actores de la compañía Noviembre. Embelesados estaban los espectadores pendientes de cada escena. A pesar de ser un drama la versión de Vasco tiene partes de comedia. 

 

Muchas son las versiones que se han hecho sobre la gran obra de Lope de Vega ‘El caballero de Olmedo’. Sobre muchos escenarios y a lo largo de los siglos se ha ido representando este clásico que en el juego de amor, envidias y traiciones se ha desenvuelto la trama. Pero ninguno de tan gran calado como el que presenta Eduardo Vasco en la Antigua Universidad Renacentista. En el que su versión le imprime un ritmo en el que no todo el dramatismo de la misma es el que lleva el peso, sino que el amor y la comedia le ponen ese punto que lo hace tan atrayente. 

La música siempre anima y que el elenco de actores comience la función cantando “Esta noche le mataron, al caballero, a la gala de Medina, la flor de Olmedo” ya te pone en antecedentes de lo que va a suceder. Nos espera una tragedia en toda regla, aunque hay que verla para dejarse sorprender. La historia quien haya leído el libro la conoce. Aquí lo que pretenden reflejar es que la envidia es siempre mala consejera, máxime cuando se llega a matar de forma ruin a quién son mejores que nosotros. Eso le pasa al final a don Alonso, que llega a Medina, conquista a la dama y aparte también es triunfador en la corrida de toros. Don Rodrigo al ver que no tiene los favores de su dama, doña Inés, pues se quita a su enemigo del medio.  

Esta historia no sólo destacan los personajes principales, en el que de nuevo Daniel Albaladejo llena con su presencia y actuación la escena, sino que los personajes de Tello y Fabia tienen un valor importante. El primero, interpretado por un magistral Arturo Quereja, le imprime la gracia que la obra requiere en ciertos momentos. Y el segundo, representado por Charo Anmador, nos viene a recordar los enredos de La Celestina, por sus teje manejes y brujerías. No nos podemos olvidar del resto del elenco de actores en el que Antonio de Cos pone la música en directo en la mayoría de las escenas, hasta que se convierte en el Rey Juan II. 

Nadie ha dicho que un escenario recargado es belleza, o que cuanta más decoración más atractivo ha de verse. Muchas veces el minimalismo es sinónimo de estilo y eso ha pasado con la escenografía de Carolina González, que a simple vista ver sobre las tablas un panel central en el que se vislumbra algo abstracto y tres columnas no dicen mucho. Pero el gran juego que dan hace que sirvan para dar funcionalidad a la trama. Importante también la iluminación de Miguel Ángel Camacho que juega con las luces para formar sombras que se reflejan en el panel central. Qué decir del vestuario diseñado por Lorenzo Caprille, de gran belleza estética y muy acorde con la época. 

 

Raquel Montero

eldiadigital.es

28/07/2018

 

QUE DE CELOS LA MATARON...
El director Eduardo Vasco potencia la historia de amor de la inmortal obra de Lope de Vega "El caballero de Olmedo" y logra poner en pie al exigente público de Almagro

 

Dejó el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro en su 41ª edición para el final uno de sus platos fuertes, 'El caballero de Olmedo', en versión de Eduardo Vasco, un director que suele ser sinónimo de clásicos llenos de frescura, vivos. Y como era de esperar, no defraudó dibujando sobre el escenario del Aurea una tragicomedia marcada por una fatalidad que persigue al protagonista desde la primera escena, colándose en la historia creada por Lope de Vega a modo de cancioncilla popular: «Que de noche le mataron / al Caballero, / la gala de Medina, /la flor de Olmedo», letrilla, que al parecer, fue la fuente de inspiración de esta historia de amor imposible entre don Alonso y doña Inés, que en la tarde del viernes puso en pie al público de la Antigua Universidad.
Escrita en torno al año 1620, la historia propuesta por el ‘Fénix de los Ingenios’ habla de celos y amor, dos caras de una misma moneda que el autor conoció de cerca, metido a lo largo de su vida en varias pendencias por su apasionado corazón. Una combinación mortal, que suele estar detrás, todavía hoy, de buena parte de los casos mortales de violencia de género. Con estos ingrediente, o a pesar de ellos, y aprovechando la belleza de los versos de Lope y su habilidad para ir de la comedia a la tragedia, de la tragedia a la comedia, Vasco dibuja sobre el escenario un caballero de Olmedo aunque igual a todos, pues la historia es la que es, diferente. Y lo es porque sin perder de vista la fatalidad que acompaña desde el comienzo de la obra a don Alonso, parece la propuesta de Noviembre Teatro más centrada en hacer brillar la historia de amor de los dos protagonistas, a pesar de una muerte segura que parece acompañar a el galán de esta historia convertida en silenciosa sombra.
Vasco apuesta por vestir la escena de austeridad, de la mano de Carolina González, que dibuja para la ocasión el espacio adecuado para el lucimiento de la historia con un escenografía especialmente austera, que permite el lucimiento de la historia y sus personajes. Vasco marca los ritmos, la intensidad de esta propuesta, que fluye con rapidez sobre el escenario evitando que el público se despiste. Y el elenco responde a su propuesta, desde Daniel Albadalejo, que compone para la ocasión un don Alonso elegante, enamorado y honorable, todo un caballero, capaz de afrontar entuertos, pero dispuesto a reconocer sus debilidades, a Arturo Querejeta, que está increíble en el papel de Tello, un criado que Lope convirtió en la puerta por la que la comedia se adentraba en la historia, y que el veterano actor clava, componiendo sobre la escena un compañero de viajes atrevido, miedoso, realista y hasta mentiroso, en definitiva, un escudero de libro, al que esta pieza le debe algunos de sus mejores momentos. De admirar, sin duda, la versatilidad de Querejeta, que en las pasadas ediciones destacó por la maldad de su Otelo o la avaricia de Ricardo III, y que este año se despojaba de los ropajes de Shakespeare, para vestir con la misma elegancia las vestimentas de un criado que convierte con su veteranía en protagonista necesario. Sin desmerecer al resto del reparto, que estuvo a la altura de la propuesta, citar la celestinesca versión de Fabiá que compone Charo Amador con pocas piezas y mucho arte; y a la enamorada Inés, que interpretada por Isabel Rodas, se convierte en un reflejo de los personajes femeninos de Lope, ingeniosa y decidida a hacer caso a su corazón y no al de su padre. Todo esto, revestido para la ocasión por la aguja de Lorenzo Caprile, hacen de El caballero de Olmedo un buen broche para la 41ª.

 

M. Sierra

La tribuna de Ciudad Real.es

29/07/2018

OLMEDO, UN FESTIVAL CONTRA LOS ELEMENTOS

Con Las mujeres sabias de Molière, en versión de la compañía Vértice, y el Otelo de Shakespeare, bajo la batuta de Julio Fraga, se inauguraba este fin de semana la 13ª edición de un Festival Olmedo Clásico amenazado por lluvias cuya programación, el domingo, dejaba de lado el riesgo de los dos primeros días y apostaba por la experiencia de un director como Eduardo Vasco, siempre aplaudido en los años que ha estado en cartel y que, en esta ocasión, además, acudía con la obra del Siglo de Oro por la que esta localidad vallisoletana siente lógica predilección: El caballero de Olmedo, de Lope de Vega. (...)

Cuando por fin, el domingo, llegaba el turno de Eduardo Vasco y de su poética e introspectiva visión de El caballero de Olmedo, protagonizada por un soberbio Daniel Albaladejo, las tormentas desbarataban una representación que, hasta el momento de la definitiva suspensión –hubo un intento fallido de reiniciarla cuando parecía que iba a escampar-, estaba concitando el interés y el entusiasmo del público que abarrotaba la corrala. No pudo el mal tiempo, al menos, impedir que la compañía se llevara un merecido aplauso en pago a su buen trabajo y a sus esfuerzos por concluir la función.

 

Redacción cultura Castilla y León

La razón

18/07/2018

"EL CABALLERO DE OLMEDO" NO PUDO CULMINAR EN SU "CASA" A CAUSA DE LA LLUVIA

"El Caballero de Olmedo", la obra de Lope de Vega que se ha puesto esta noche en escena en "su casa", en el lugar donde se originó el romance que dio lugar a la obra del dramaturgo madrileño, no pudo finalizar a causa de la lluvia.

La pieza, interpretada de manera magistral por el elenco de "Noviembre Teatro", dejó con la miel en los labios a los espectadores que acudieron a la Corrala del Caballero de Olmedo para revivirla de manos de los expertos actores y actrices que, impotentes, tuvieron que rendirse a las inclemencias meteorológicas.

Tras una hora de actuación, comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia, que incrementaron su intensidad hasta hacer que el codirector del festival olmedano, Benjamín Sevilla, subiera al escenario para, en primera instancia, dejar la obra pendiente de lo que determinaran las amenazantes nubes.

Quince minutos después paró la tormenta de manera momentánea y fue el propio director de la obra, Eduardo Vasco, el que se encargó de decir al público que continuaban con el desarrollo de la misma, si el tiempo no lo volvía a impedir, lo que desató el aplauso de los allí congregados.

Pero no transcurrieron ni diez minutos cuando el chubasco arreció y, finalmente, a pesar de los esfuerzos de los actores y actrices de "Noviembre Teatro", éstos tuvieron que rendirse a la evidencia y anular definitivamente la representación.

A pesar de ese varapalo, los espectadores despidieron con una merecida ovación a la compañía teatral, no solo por su maestría sobre las tablas, sino por su entrega y sus ganas de concluir la obra, lo que hizo que el elenco saliera bajo la intensa lluvia a agradecer el apoyo mostrado por los olmedanos.

 

EFE

La Vanguardia

16/07/2018

LA TORMENTA INDULTA AL CABALLERO DE OLMEDO

La excelencia del teatro siempre acaba siendo rentable. El Festival de Teatro Clásico de Olmedo demuestra cada año que si la cultura es buena, la sociedad mejora. No hay que perdérsele. El teatro permite conocernos mejor, hacernos más tolerantes y siempre abre un diálogo con el otro.

 

Pronunció Don Alonso (Daniel Albaladejo) la palabra amor y los primeros rayos y truenos hicieron acto de presencia sin autorización del autor y haciéndose dueño del cotarro. Esta noche los actores, no sé bien por qué, les notaba motivados, (como se dice ahora constantemente) entregados. Sus voces, sus cuerpos, sus silencios representaban la vida, el amor, el engaño, la muerte… Por la tarde salió Inés / a la feria de Medina, / tan hermosa, que la gente /pensaba que amanecía. Todos reivindicaban los pilares del método Stanislasvki: Relajación, Concentración, Emoción, Palabra y Emoción.

 

Como el público ya conoce de sobra a los personajes y la obra, asiste al espectáculo pensando exclusivamente en disfrutar en las idas y venidas de Olmedo a Medina y viceversa. Estoy seguro que la mayoría de los presentes hemos hecho ese recorrido, estaría por afirmar que los olmedanos al cien por cien. Siempre ha existido “el puente aéreo Olmedo-Medina”.

 

La noche había comenzado estupendamente. Tomarte una tostada de gambas, un par de croquetas de bacalao y unos huevos cremoso en el Bar restaurante Jimeno Factoría, en la Plaza Mayor pone buen cuerpo. El teatro y la gastronomía tienen muchos en común. El comensal, cuando llega el plato a la mesa es capaz de distinguir lo bueno de lo que no lo es. Sabe si el producto es de calidad o no. Pasa lo mismo con el espectador. Noviembre Compañía de Teatro tiene la obra de El Caballero de Olmedo muy preparada. Y el público lo sabe. Consigue que la historia y los personajes lleguen al espectador y que se produzca ese instante especial.

Àgreda

Tribuna de Valladolid 

16/07/2018

BUEN DRAMA DE AMOR Y CELOS

La Compañía Noviembre Teatro, muy bien dirigida por el gran experto en teatro clásico, Eduardo Vasco, nos deleitó a un inmenso público que abarrotaba Las Veletas, haciendo algo nuestro e incluso actual una gran historia con mayúsculas. Se trataba en la primera parte de recrearse con la fábula amorosa de un advenedizo o forastero, que llega a la feria de Medina y se prenda de la bella Inés, a la que conquista, mediante las trapacerías de la Celestina Fabia; pero que en la segunda parte se vive o mejor sufrimos viendo cómo un incapaz quiere quitar de su campo a un caballero joven, guapo y capaz de enamorar a la que él cree que le corresponde por decisión paterna y lo mata de noche, cobardemente, al caballero, la gala de Medina, la flor de Olmedo.

Por cierto, ese estribillo de una canción popular que se repite o mejor se canta desde un principio con un son flamenco, palmeándolo; con ello se disminuye la intriga, pues ya nos anuncia el final trágico de esos bellos amores, que poetiza admirablemente Lope de Vega, el que fuera un gran amador y buen poeta amatorio también. Ese lirismo , que por cierto no lo supo interpretar bien el protagonista Daniel Albadalejo, al correr o musitar casi inaudiblemente en esa intensa intimidad amorosa. Pero que era enfatizada con unos sones de guitarra que magistralmente hacía sonar Antonio de Cos, que al final interpretó bien a un hiératico monarca. En cuanto a la interpretación, más destacada en las actrices que en los actores, y aún más lúcidas fueron las de dos personajes secundarios, pero excelentes cómicos: en el papel del Gracioso o Tello, a cargo del veterano Arturo Querejeta y en el de la celestinesca Fabia por Charo Amador.

Muy conseguida la atmósfera de presagios y presentimientos, a los que se suma la misteriosa aparición de la sombra que canta en la noche el susodicho ritornelo, mientras que el caballero camina de regreso a Olmedo, tras una desgarradora despedida de su amada Inés, hacia la muerte, impulsado por un inapelable fatalismo.

El montaje escenográfico muy sencillo: solo un par de bancos a cada lado y dos paneles convertibles en ventana o puerta y unas varas más espadas, que cruzaron con maestría, por todo atrezzo. La caracterización e indumentaria, muy conseguida, a tono con la ambientación medieval de la obra, pero no tuvimos que hacer mucho esfuerzo para que este tema de envidias y rechazo del extranjero nos recordara a nuestro tiempo. 

Disfrutó el numerosísimo público con este magistral montaje de una de las mejores y más famosas «comedias» del gran genio de la lírica y del teatro áureo, Lope de Vega. Muchos aplausos y comentarios favorables.

 

Miguel Fresneda

El periódico de extremadura

25/06/2018

JUEGO DE SOMBRAS

La fatalidad, esa inapelable fuerza del destino que los romanos denominaban fatum, impregna el “El caballero de Olmedo” con su tañido oscuro, una intensa vibración premonitoria cosida a los versos de una cancioncilla popular que inspiró a Lope de Vega una de sus más redondas piezas: “Que de noche le mataron / al caballero, / la gala de Medina, / la flor de Olmedo”. Aunque hay referencias históricas sobre el asesinato en 1521 de un caballero de la Orden de Santiago, Juan Vivero, que “fue muerto viniendo de Medina del Campo de unos toros, por Miguel Ruiz, vecino de Olmedo, saliéndole al encuentro” (así lo recoge Alonso López de Haro en un libro publicado en 1622, “Nobiliario genealógico de los Reyes y Títulos de España”), parece que la musa del Fénix de los ingenios tuvo en cuenta el misterioso sino trágico que alientan la canción más que aquel suceso que tal vez no conoció; al menos no hay constancia de ello.

López, que escribió la pieza teatral en torno 1620, se dejo atrapar por la enigmática melancolía trágica latente en los versos populares y construyó una historia de amor segada a traición por un galán despechado. El autor baraja elementos tardomedievales -la acción transcurre en el siglo XV durante el reinado de Juan II de Castilla-, entre ellos el decisivo personaje de una alcahueta, Fabia, tras el que pueden percibirse los rasgos de la gran Celestina creada por Fernando de Rojas. Como esta, también la obra del dramaturgo madrileño suele ser calificada de tragicomedia por los detalles cómicos que contiene, la mayoría a cargo de Tello, criado de don Alonso, el caballero cuestión.

Así, los hermosos versos de Lope trenzan la pasión amorosa, el humor y la fatalidad de forma admirable, y suenan vigorosos y plenos en este montaje concebido por Eduardo Vasco con tanta austeridad y belleza plástica como intensidad dramática. El director plantea una puesta en escena que desarrolla como un juego de sombras, en el que la del caballero se agiganta, en complicidad con la poderosa iluminación expresionista de Miguel Ángel Camacho y la escenografía de Carolina González (un gran panel blanco giratorio que divide el escenario de arriba abajo y tres prismas que se diversifican en distintos cometidos ). Daniel Albadalejo compone un don Alonso de cuerpo entero, de fisicidad avasalladora y gran claridad expresiva, tanto en los matices violentos como en los más delicados. Formidable también el Tello de Arturo Querejeta, que controla ritmos e impone su sabiduría en cada escena en que interviene. Muy bien, como el resto del reparto, la taimada Fabia Charo Amador, la enamorada Inés de Isabel Rodes y el celoso don Rodrigo de Fernando Sendino.

 

Juan Ignacio García Garzón

ABC (Madrid)

23/03/2018

AUSTERA BELLEZA Y POÉTICA ATMÓSFERA PARA EL CABALLERO DE OLMEDO

La palabra enigmática se viste de energía poética para atravesar la oscura sabiduría de una pasión que desde el primer momento se sabe trágica:

Esta noche le mataron

al caballero

a la gala de Medina,

la flor de Olmedo 

Basada en una historia real, mitificada como leyenda, El caballero de Olmedo es un apasionante recorrido por la piel y el corazón de un hombre valiente que teme resultar cobarde, y una hermosa mujer dispuesta a muchas travesuras con tal de afirmar su independencia familiar y comprometerse. Él teme que la desgracia le acose y derribe, ella sólo piensa en lograr unión eterna. He aquí una versión creada por un gran especialista en Lope de Vega, el director Eduardo Vasco, que reduce al mínimo esencial el texto del s.XVII, y enaltece la alegría del amor repentino y la profunda belleza del amargo final, donde se une el concepto clásico del destino infranqueable con la pasión de los hombres mezquinos.

Lo más importante, llegar al teatro despojado de prejuicios, abandonando la memoria de otras representaciones con distintos puntos de vista, deseosos de conectar con la novedad, ambiciosos de volver al asombro. O al menos de recuperar el deseo de asombro. Entonces se puede conectar muy bien, y muy pronto con esta indagación llevada a cabo con holgura estilística. Y se produce el fabuloso encuentro que responde algunas preguntas: ¿Cómo es que me asalta el disfrute ante una de las maravillas de mi autor clásico español preferido? ¿Cómo es que lo que tantas veces he leído y visto en diversas versiones montadas por admirados profesionales se me antoja ahora primerizo y cautivador? Será porque ya al recogerme en la butaca, me dejo llevar por lo que la escena me ofrece: un escenario casi desnudo en el que ocupa amplio espacio un gran panel vertical con un dibujo negro abstracto, acaso una mancha grande y sugerente, tal vez una enorme sombra, paredón de casona, muralla de convento.

Al iniciarse la acción, en el panel se irá proyectando la sombra de algunos personajes en momentos clave. Es un juego serenísimo y muy bello en lograda mancomunión de la escenógrafa Carolina González y el iluminador Miguel Ángel Camacho, al servicio de una historia que se desarrolla con un sentido de la acción dramática pausado, pero no por eso lento, dueño de un ritmo bien medido, dentro de una atmósfera poética sin estridencias; sus luces y sombras conforman el paisaje donde conviven los enamorados con sus aliados y enemigos, bien delimitados sus movimientos con el humor refrescante del criado o la intriga desafiante de la alcahueta, entre amenazantes embozos y espadas.

Los intérpretes forman parte desde hace mucho tiempo de esta Noviembre Compañía de Teatro, ya con 20 años de trayectoria, que en los últimos tiempos nos ha ofrecido varias obras de Shakespeare. Entre otras, una Noche de Reyes en clave de encantadora fábula musical, una discutible versión (¿feminista?) de Otelo con inolvidables hallazgos o un extraordinario Mercader de Venecia… En cada caso, una experiencia que no siempre me ha resultado gratificante. Ni tiene por qué. El teatro conviene como una aventura proclive al debate, necesariamente inquietante cuando la llevan a cabo profesionales que se la juegan cada vez con perspectivas diferentes, en busca del tono y la imagen adecuados para unir textos geniales con la acción que brota del trabajo diario de creadores.

En esta ocasión, Eduardo Vasco dirige un coro formado por primeras figuras, tal la musicalidad y armonía de su trabajo en equipo, donde cada humana criatura surge como una melodía de las propias sombras. Así la flexibilidad orgánica de Arturo Querejeta (ayer asumiendo protagonistas de fuste, hoy secundario chispeante); la sensualidad frágil que se torna todopoderosa de Isabel Rodes (foto) junto a la catadura del héroe que avanza a tientas por la oscuridad de sus temores en un Daniel Albaladejo que esgrime espada con la misma seguridad con que enlaza versos sublimes; la bárbara constancia de Fernando Sendino en ese don Rodrigo que convierte su amor por la bella inconquistable en odio implacable hacia quien sí la conquista… Y Fabia, a quien ninguna perversión le resulta ajena, cuanto más entrañable más peligrosa, bordada con el minucioso magisterio de Charo Amador…

En definitiva, breve temporada como Compañía invitada, sólo hasta el 31 de marzo. Las entradas se agotan. La ocasión es única. El placer, muy grande.

 

Horacio Otheguy Riveira

culturamas.es

22/03/2018

EL CABALLERO DE OLMEDO, CRIMENES DE CONCIENCIA.

El Lope de Vega más sabio y trascendente en esta tragicomedia excelentemente puesta en escena.

 

Pocas veces todos los elementos de un montaje teatral se confabulan para llegar a la excelencia colectiva. Eso es lo que celebramos en esta puesta en escena de la obra de Lope de Vega, versionada y dirigida por Eduardo Vasco al frente de Noviembre Teatro, que la CNTC ha tenido el acierto de hospedar en su templo del Teatro de la Comedia.
Eduardo Vasco fue director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico entre 2004 y 2011, cuando cogió el relevo la actual directora Elena Pimenta, la cual programando a su antecesor da ejemplo de juego limpio en este mundillo de rencillas. Vasco es una autoridad representando a los clásicos y su período en la CNTC supuso un gran salto adelante.

Tiene un historial repleto de aciertos que ahora aumenta con quizás el más redondo de todos ellos. Opina que es una historia muy española: un hombre joven, guapo y capaz, un tipo que se distingue de los demás por su nobleza y valentía es asesinado por envidia, muerto como un perro por la pura desesperación de un incapaz. La envidia, esa lacra tan española, tan atemporal. Alonso es el extranjero, y produce esa inquina que provocan las novedades en los pueblos, en las ciudades. Aparece como el diferente, que ocupa un espacio que el lugareño considera suyo. Es un hombre de honor, pero a los ojos de sus rivales resulta un usurpador: ante el rey se lleva los réditos que la fama produce, conquista a las mujeres y las opiniones de los conciudadanos. Al no poder superarle, el único camino será matarlo. Alonso es un héroe de tragedia que acaba muerto de una manera vil; un héroe español que podría pertenecer a cualquier época.
El equipo artístico a sus órdenes resulta absolutamente impecable, desde el precioso minimalismo escenográfico de Carolina González a la decisiva iluminación de Miguel Ángel Camacho y el fabuloso vestuario de Lorenzo Caprile, sin olvidar la ya tradicional faceta musical del propio Vasco, que crea un espacio sonoro delicioso. Y a la misma altura, el elenco actúa perfecto, con un imponente Daniel Aldabalejo al frente, secundado por Arturo Querejeta con sus gracietas que al púboico encandilan y a nosotros nos gustan menos; perfectas las hermanas Inés y Leonor e impecable Fabia. Fernando Sendino tiene un 'aria' memorable, aunque el personaje daría de sí para más complejidad psicológica. Y una mención aparte merece Antonio de Cos como músico (qué acierto el de esa guitarra eléctrica tan tierna a veces, tan 'heavy' otras), porque como rey resulta algo blandito. Y un reparo serio: al faltar el criado Mendo es Fernando el encargado de empuñar el arcabuz faltal, cosa que no casa con sus dudas anteriores ni con su relación de igual a igual con quien debería ser el asesino en ausencia sde su criado, el bueno de Don Rodrigo.
El caballero de Olmedo es el mejor Lope de Vega; en cuanto a su fondo, el menos superficial, el más profundo; en cuanto a su forma, una trama perfecta (en la que sólo se tambalea un personaje) y una versificación descomunal, apabullante, soberbia... Por cierto, hay que reseñar que no existe asesor de verso en este montaje, y que el verso se dice de la forma más notable que hemos visto en mucho tiempo). Don Alonso, el caballero de Olmedo (villa histórica vallisoletana del siglo XI), llega con su criado Tello a las fiestas de Medina (histórica ciudad castellana que en 1505 tenía 50.000 habitantes y será cuna del movimiento comunero) y conoce a Inés, una joven de cuya belleza y personalidad queda prendado. Para conseguir su amor se sirve de una intermediaria llamada Fabia, que logra entrar a la casa de Inés y hacerle llegar una carta del enamorado caballero. Era el método tradicional entonces, pues el acceso a las jóvenes casaderas estaba totalmente vetado. A estas mujeres se las denominaba alcahuetas y eran despreciadas de manera bien injusta. Esta Fabia es un remedo fiel de aquella Celestina, y los personajes de Fernando de Rojas son incluso citados por sus nombres en un momento de la obra.
Don Rodrigo, pretendiente oficial de Inés, comienza a sospechar que el desdén de esta proviene del caballero foráneo y su odio crece con cada encuentro; decide pedirla en matrimonio y su padre Don Pedro se muestra predispuesto. La ida y venida de cartas a través de Fabia tiene su efecto y el enamoramiento se consuma. Inés fingirá que quiere ingresar en un convento para eludir a Rodrigo. Fabia y Tello se convierten en asiduos de la casa como profesores de religiosidad y latín y el amor a distancia consigue mantenerse. Las ferias de Medina llegan a su momento álgido y hasta el Rey acude a presenciarlas. La corrida de toros alanceados resulta decisiva: no solo Alonso se luce delante del monarca, sino que salva la vida de Rodrigo. El torneo termina tarde y cae la noche. Alonso no sin vacilaciones ha decidido regresar a Olmedo para que sus padres no teman que ha podido sufrir un percance en la lidia, y Tello le deja ir solo con la idea de alcanzarlo por el camino. Rodrigo y su/sus cómplices apostados en un paraje solitario asaltan al caballero y su amigo Fernando lo mata de un disparo a traición. Tello, ve huir a los asesinos y lleva a su amo a Medina, a cuyas puertas fallece; pide justicia al rey y este condena a los culpables. 
Esa es la trama externa. Por dentro hay un sueño premonitorio, un pulso entre el azar y el destino, la crónica de una tragedia anunciada, y pasajes de belleza sobrenatural a la altura del mejor Shakespeare. Está basada, como otras del mismo autor, en una canción popular: 'Que de noche le mataron/ al Caballero,/ la gala de Medina,/ la flor de Olmedo'. Es una tragicomedia casi griega, con la presencia de un coro, el desenlace fatal del protagonista, la temática del destino como fuerza inexorable que se impone. Pese a ello, los dos primeros actos de la obra contienen muchos elementos en común con otras comedias lopescas de tema romántico. Y en el tercero, sin embargo, la despedida de Inés y las cavilaciones de Alonso por el camino tienen una hondura psicológica y un trasfondo filosófico que convierten el pasaje en antológico.
Se supone que esta obra fue escrita alrededor de 1620 y publicada ya fallecido sun autor. Permaneció prácticamente desconocida para el público hasta que Menéndez Pelayo la edita a finales del XIX. Su regreso a los escenarios de manera permanente se produce en el siglo XX, siendo hoy en día una de las piezas más apreciadas del repertorio barroco español. A Lope se le atribuyen unos tres mil sonetos, siete novelas largas o cortas, nueve epopeyas, tres poemas didácticos y más de cuatrocientas comedias —el número varía de manera sustancial entre unos y otros expertos— de las que se siguen representando Fuenteovejuna, Las bizarrías de Belisa, Los locos de Valencia, La dama boba, EL acero de Madrid, El perro del hortelano, Peribañez y el comendador de Ocaña, El villano en su rincón, El castigo sin venganza, La discreta enamorada, EL anzuelo de Fenisa, La noche toledana y La viuda valenciana. 
'Noviembre Compañía de Teatro' es una de las mejores y más firmes realidades teatrales españolas, con dos décadas a la espalda. En las últimas temporadas han llevado a escena cinco títulos de William Shakespeare: Hamlet, Noche de Reyes, Otelo, El mercader de Venecia y Ricardo III, todavía de gira como La ruta de don Quijote de Azorín. Estrenaron este caballero en otoño pasado en el Teatro Calderón de Valladolid.  
¿Por qué nos cuesta tanto apreciar la excelencia, reconocer los méritos ajenos, imitar al que lo hace bien en vez de murmurar en contra? ¡Cómo sería de distinta esta sociedad nuestra, apenas un giro de tuerca para entrar por la vía del avance real, el avance mental, el avance humano! Al caballero de Olmedo le matan por ser bueno. Hoy no matan: hunden, marginan y denostan. Ha habido y habrá otros caballeros de Olmedo sobre las tablas, de momento nos quedamos con este.

José Catalán Dues

El periodista digital

19/03/2018

TRÁGICA COMEDIA DE DONAIRES

La copla popular que advertía al caballero de la muerte que le aguardaba en el camino de Medina a Olmedo es un presagio, una sombra que sobrevuela el aire de esta versión que Eduardo Vasco ha hecho sobre la obra de Lope de Vega. «El caballero de Olmedo» es una tragedia, pero

también una comedia de donaires. Y el montaje de Noviembre Teatro es una ejemplar versión del clásico. El reparto -sobre todo Daniel Albaladejo, Arturo Querejeta y Charo Ramos- consigue estar a la altura de una historia que pasa sin transición de la tragedia a la comedia con una interpretación en la que destaca el verso bien dicho y la connotación. Mil matices son necesarios para salir airosos de una obra de apariencia sencilla pero compleja que comienza con enredos de amor y termina con una muerte destinada a la inmortalidad de cantares y decires. Don Alonso es hombre afortunado, gallardo y valiente que corteja a doña Inés consiguiendo sus amores. Pero todo se torcerá, aunque reine un aire de feliz comedia con las burlas y tercerías de la alcahueta Fabia. Lo anuncia la escenografía sobria, la sombría iluminación y la melodía de una guitarra eléctrica, que no suena a capricho anacrónico sino a inquietante voz de la muerte por venir.

 

Eva Diáz Pérez

ABC (Sevilla)

16/02/2017

EL MINIMALISMO AL SERVICIO DE LA LÍRICA

Aunque el Caballero de Olmedo permaneció en el rincón del olvido hasta bien entrado el siglo XIX, es uno de los textos de Lope de Vega de mayor riqueza lírica. Es la premisa de la que parte esta nueva versión de Eduardo Vasco, que pone el minimalismo al servicio del verso clásico.

Para ello ha concebido una puesta en escena contemporánea que aúna con acierto el lenguaje del clásico con el del teatro contemporáneo, delimitando un espacio escénico tan atemporal como evocador. Los intérpretes colman de naturalidad y fluidez el verso, respetando su condición clásica y su musicalidad, pero rompen la cuarta pared yendo y viniendo del escenario al patio de butacas; uno de ellos aparece en escena de vez en cuando con una guitarra eléctrica, cuyos acordes resaltan la delicadeza y el lirismo de los versos más amorosos. Y en cuanto a los elementos formales, mientras que el elegante vestuario de Lorenzo Caprile sitúa a la obra en su época, la escenografía conceptual de Carolina González se alía con la impronta impresionista de la iluminación de Miguel Ángel Camacho para potenciar el carácter ficticio y legendario que Lope otorga al personaje, lo que se refleja en los versos de la canción popular que, a manera de coro, repiten los intérpretes a lo largo de la obra.

(...) la tragedia se hace evidente gracias, en buena medida, al trabajo de Arturo Querejeta, un actor en estado de gracia que nos regala una actuación repleta de talento y maestría.

 

Dolores Guerrero

El correo de Andalucía

16/02/2018

NOCTURNO DE LOPE

Este montaje austero y frágil -como la sombra que se alarga, trémula, en la noche del frío y traicionero asesinato; doble nefasto del caballero de Olmedo: video ergo no sum- resalta la condición sorprendentemente moderna del clásico de Lope. Y explica, a partir de una escenografía sutil donde en no pocas ocasiones todo coincide (una simultaneidad de espacios y tiempos en pugna con el amenazante reloj), el porqué de su renacimiento decimonónico: cuando los hombres ya tenían práctica en morir "uno detrás del otro", al decir de Chateaubriand, y reverdecía la herida trágica al quedar del todo separados del mundo. Aquí se siente y se ve, y leemos en la hoja de sala que en ella lleva pensando y ejercitándose Eduardo Vasco, en la extraordinaria escena de la despedida entre el caballero y doña Inés, cuando el primero discurre con dificultad como notando el espesor del lenguaje (y su falibilidad última), y la amada, petrificándose, vislumbra en esta falla el reflejo pálido del destino adverso.

A esa altura de la obra todo va sobre ruedas, y bastante de la frialdad primera -de los juegos iniciales de una escena solitaria y sin off preciso (lo que subraya el deambular del actor-músico, un buen soporte para las acronologías que aquí se ensayan-), se ha matizado gracias a este paulatino rozamiento del engranaje del Siglo de Oro con su imagen estilizada. El gran reparto, de Albaladejo a Amador, Querejeta, Rodes, Rayos..., permite esta extraña suspensión: y es que no se ríe igual, no se sufre igual, delante del de Olmedo.

 

Alfonso Crespo

Diario de Sevilla

16/02/2018

LOPE MINIMALISTA

Cuesta explicarse que una obra tan española Como El caballero de Olmedo pudiera permanecer desconocida por el gran público hasta que a finales del siglo XIX fuera revalorizada por Marcelino Menéndez Pelayo, con lo que no adquirió una condición del clásico español hasta bien entrado el siglo pasado. Por eso esta versión supone otro paso en la recuperación de una obra que no es lo suficientemente conocida, ya que el responsable de su realización, Eduardo Vasco, ha querido recuperar esta tragicomedia lopesca liberándola de toda la fastuosidad escénica con la que suele representarse gran parte de las obras del fénix de los ingenios, para mostrar un espectáculo minimalista.

Recuerdo que quedé encantado con la representación de El mercader de Venecia que dirigió Eduardo vasco, adaptó Yolanda Pallín e interpretó Arturo Querejeta entre otros. Luego tuve la oportunidad de volver a ver al mismo trío poner en escena Ricardo III junto a Isabel Rodes, para finalmente disfrutar con un Otelo en el que Daniel Albaladejo se unía a  esos dos actores.

De Shakespeare pasamos a uno de sus coetáneos españoles, y afortunadamente Eduardo Vasco no ha cometido la ligereza de vestir con ropas actuales a los personajes surgidos de la imaginación de Lope de Vega ni de hacerlos pelear con navajas automáticas, y gracias a eso el resultado es que el espectador sigue contemplando una obra que se mueve dentro de los parámetros temporales del siglo de oro, pero al mismo tiempo le obliga a imaginar un escenario prácticamente inexistente, de tal modo que de la tragicomedia tan sólo queda el texto.

La iluminación tenebrista fue muy acertada para esta obra que junto a El estudiante de Salamanca constituye uno de los ejemplos más importantes dentro de la tradición literaria española del tema del doble como heraldo de la muerte, pero no creo que la aparición de ese doppelgänger  fantasmagórico bajo la forma de una pintura llegase a turbar a nadie.

Como ya expliqué, el reparto estaba formado por viejos conocidos que ya habíamos visto bajo la dirección de Eduardo Vasco: Daniel Albaladejo, que nos había dejado de piedra su papel del moro de Venecia, demostró una vez más su versatilidad encarnando al malogrado protagonista. Arturo Querejeta, al que también vimos en Otelo, pero que dejo un recuerdo imborrable en Ricardo III y sobretodo dando vida a Shylock en El mercader de Venecia, se puso en la piel de su fiel criado Tello aportándole un toque de picaresca muy apropiado y finalmente Isabel Rodes no se quedó atrás encarnando a Doña Inés, en una combinación que gira entorno algo tan español como la envidia, el cainismo y los celos… por eso no podía faltar la música de la guitarra.

 

Fabio García

La provincia (Las Palmas)

23/01/2018

UNA ESTÉTICA PROPIA

Eduardo vasco tiene una estética propia, puesta de manifiesto en  sus “Shakespeares” y ahora en la obra de Lope. Espectáculos de hora y media en general, esencializando las tramas, espacios casi desnudos, con algunos objetos que permiten las giras, magnífico empleo de la luz y estupenda dirección de actores. Tanto lo que se refiere a la dicción y gestualidad, como en la forma de moverlos en el escenario.”El caballero de Olmedo” respondió estos principios.

Para Vasco la obra de Lope es un drama sombrío. Están presentes, el rechazo al extraño, aunque viva a pocos kilómetros, la envidia, la cobardía, la ruindad. La luz oscura, los personajes que salen de las sombras, el canto de la famosa copla surgen de un contexto siniestro, sin la menor complacencia. Unos paneles crean diversos espacios y forman como una prisión que evita la solidaridad y el cumplimiento del amor. El rey dicta al final la sentencia, pero no habrá juicio, solo ejecución. Gran mérito de los actores. Buen nivel general, con una forma de decir el verso que lo hace próximo y claro. Daniel Albaladejo, un don Alonso que, a pesar de los triunfos en el amor y los toros, tiene extraños presentimientos; Querejeta, un criado que adopta varias formas; Charo Amador, excelente Celestina con esa dicción perfecta; las damas Isabel Rodes y Elena Rayos, totalmente convincentes, como el resto. Nueve actores que tienen también un estilo propio. El tan conocido “caballero de Olmedo” supo a nuevo. Grandes aplausos para los intérpretes y los responsables del montaje. Noche trágica entre Medina y Olmedo. El odio visceral existe, desgraciadamente, desde el principio de los tiempos…

 

Fernando Herrero

El Norte de Castilla

(Valladolid)

05/11/2017

Distribución

Delfina Braun
663 750 447

 

Web actualizada 6/1/2024

 

 

 

 

 

 

Versión para imprimir | Mapa del sitio

© Noviembre Compañía de Teatro