HAN DICHO...

EL CASO OTELO

Hace tiempo que no veía un Otelo montado en nuestro país. Es una de las tragedias más populares de Shakespeare, y al mismo tiempo de las menos representadas, quizás por el hecho de ser una de las más dolorosas. Y por su dificultad, desde luego. Eduardo Vasco la ha presentado este verano en el Bellas Artes, con escenografía mínima de Carolina González (un telón central para Venecia, un tríptico mostrando un mar agitado para Chipre), vestuario “romántico” (gorgueras blancas, ropajes negros) de Lorenzo Caprile y una iluminación un tanto tenebrista de Miguel Ángel Camacho. Su mayor atractivo son sus protagonistas, Daniel Albaladejo (Otelo) y Arturo Querejeta (Yago), que ya coincidieron a sus órdenes hará dos temporadas en la imaginativa y elegante puesta en escena de Noche de reyes. Lamento decir que, por el contrario, este Otelo no me ha convencido. Está, de entrada, muy podado. El texto completo suele ponerse en cuatro horas; la versión del Bellas Artes, que firma Yolanda Pallín, no supera la hora y cuarenta: Otelo, pues, de cámara, casi diría que de bolsillo. Los vuelos alucinadamente líricos del personaje titular han sufrido serias mermas; ha desaparecido el personaje de Bianca, amante de Casio, y, sobre todo, ha perdido matices y progresión la demencia de Otelo y, claro, el lento y torturante goteo al que le somete Yago. Rebajada su grandeza verbal y acelerada hasta lo abrupto la trama de su caída, la función queda convertida, en mi opinión, en “un caso”, el doble retrato de una enajenación y una psicopatía, una historia de celos y venganza. Una historia muy calderoniana: el marido que “se ve obligado” a limpiar bárbaramente su honor, a cometer, proclama, “no un crimen, sino un sacrificio”.

Me intriga que haya traducido por “vos habéis pensado lo que queríais pensar” el “what you know, you know” original

No hay en este Otelo, sin embargo, la menor sombra de tópico primitivismo, como demasiadas veces hemos padecido. Shakespeare dibujó a un personaje regio, casi un príncipe moro, y Daniel Albaladejo, muy bien elegido por Vasco, da admirablemente esa elegante hidalguía. Gran dicción, gran presencia, gran dolor: me recordó a un joven José María Pou. Mirada limpia, aunque con menos rímel estaría mejor. Aquí Albaladejo está muy cerca del atormentado rey de Portugal que bordó en la serie Isabel. Y de Anselmo, el Otelo cervantino de El curioso impertinente, que le vimos en el Clásico. Otelo es mucho más complejo de lo que aparenta, pero Yago le da sopas con honda en ese negociado. Se ha repetido que sus motivos van mucho más allá de la venganza por haber perdido el cargo que creía merecer. No es ese, ciertamente, el tipo de ascenso que parece anhelar: su desprecio hacia los hombres es más fuerte que su odio. Quiere convertirse en un maestro de marionetas y sentir el poder de empujar a todos (a Casio, a Rodrigo, a Otelo, a Desdémona) a la destrucción. Jan Kott le calificó, certeramente, de “director de escena infernal”, con el segundo placer, añadido y adrenalínico, de improvisar sobre la marcha. Auden, rizando el rizo, escribió que si algo desea Yago son los deseos ajenos (una figura recurrente en Shakespeare). Arturo Querejeta tiene probada fuerza, y en sus mejores momentos hace pensar en la aspereza inquietante de Ismael Merlo. Yo diría que no necesita desaforar la mirada en los apartes, ni mostrarse tan peligrosamente cercano al tartufismo (en la línea “mayordomo devoto”) en su relación con Otelo: se le ve demasiado el trole, y eso no es conveniente ni para su propósito ni para el buen discurrir de la tragedia. Hay muy poco desarrollo en los perfiles de Casio (Fernando Sendido) y Rodrigo (Héctor Carballo). Cristina Adua es una Desdémona con encanto pero demasiado monocorde, demasiado niña inocente. Le falta fuerza cuando se enfrenta a Brabantio (José Ramón Iglesias) y no pasa rampa en la escena de la muerte, quizás porque Vasco la ha colocado muy en segundo término, con Albaladejo en la embocadura. La resolución del asesinato me parece más verosímil que en el original pero menos atroz, y Otelo ha de conmovernos hasta lo intolerable. Cuando se monta con la aleación precisa de rueda de fuego cuesta abajo y claustrofobia creciente, sufrimos al ver cerrarse el cepo sobre un hombre tan confiado, y todavía más por el crudelísimo tormento que le inflige a una mujer tan valiente, tan llena de amor como Desdémona. Hemos de verles, escribí hace tiempo, como una pareja de bellísimos felinos abatidos por el placer innoble de la caza, y tras su muerte ha de producirse un silencio desolado, arrasador, que aquí no acaba de llegar.

Me pareció convincente y vigorosa la Emilia de Lorena López, aunque apenas se nos muestra su relación con Desdémona, el vínculo de ambas en ese mundo esencialmente masculino. Es raro que Vasco, tan atento siempre a la fuerza de la música, haya prescindido de la conmovedora The Willow song; por suerte, no prescinde, como hacen otros, de la poderosa tirada feminista de Emilia, que desmonta, por si hiciera falta, las acusaciones de misoginia shakespeariana. Vasco se ha tomado también diversas y muy discutibles licencias con el final, pero no puedo desvelarlas aquí.

Me gusta la versión, fluida y vibrante, de Yolanda Pallín, aunque me intriga que haya traducido por “vos habéis pensado lo que queríais pensar” el “what you know, you know” original. Hay mucho misterio en esa frase de Yago dirigida a Otelo; misterio acerca de las intenciones del primero y de la conducta del segundo. ¿Qué es “lo que sabe” Otelo y lo que Yago “sabe que sabe”? ¿Otelo ansió creerle porque había algo en sí mismo que buscaba la destrucción y el castigo? Escucho esa frase y la enlazo con otra de Otelo (acto III, escena 3) en la que parece hablar de su amor por Desdémona como un relámpago entre dos oscuridades: “Que se pierda mi alma si no te quisiera, y, cuando ya no te quiera, habrá vuelto el caos”. Ahí parece insinuarse, quizás, que su visión del mundo, fatalista y descreída, no es muy distinta de la de Yago. ¿Y si Yago fuera el Calibán de Otelo, su lado oscuro, una suerte de superyó que le conoce mejor que nadie y que por ello le empuja hacia el abismo?

 

 EL PAÍS (BABELIA)

MARCOS ORDÓÑEZ

06/09/2014

El mundo, 8 de agosto de 2014

OTELO
, INVOLUCRAR AL ESPECTADOR


 La Compañía Noviembre Teatro dirigida por Eduardo Vasco, nos trae una versión de Otelo de William Shakespeare nada despreciable. Es más, muy atractiva y con un buen sentido del ritmo. Digo esto, porque cuando uno se compromete con los clásicos no siempre sale bien parado. Los fallos más frecuentes es que no nos enteremos bien del texto, o el ritmo vaya por anhelitos y decaiga. Todo esto se traduce, en sopor. Aquí tal sopor no existe, pues el hilván de escenas, a veces casi simultáneas, se logra con gran fluidez. No hay tiempos muertos, ni siquiera para las pequeñas traslaciones de la tramoya y "atrezzo" que están bien integradas en la representación. Hay una virtud más: el hacer partícipes a los espectadores, incluyéndolos en la tragedia, de un  modo sutil. Los espectadores no solamente somos "voyeuristas" de lo que sucede a los personajes, sino que nos llevan a encarnar al resto de los ciudadanos o de la asambleas. Ello se logra con un inteligente uso de los soliloquios. Descaradamente se dirigen al público mediante la mirada o el descendimiento al patio de butacas. Tal recurso quita el artificio del soliloquio - una convención teatral -, y entra con naturalidad.

Otelo es una tragedia como lo es Hamlet, Macbeth y El Rey Lear. En cada una de ellas Shakespeare analiza una pasión del alma humana. En Otelo, la pasión que analiza son los celos. Unos celos monstruosos que llegan al asesinato de Desdémona por manos de Otelo. Hoy se llamaría violencia de género. Y tal violencia Eduardo Vasco la ha sabido transmitir escénicamente, a través de una violencia física de Otelo contra Desdémona, cuando los celos comienzan a arder en su corazón. Pero si los celos son el eje de la historia, ello no quita que haya otras temáticas que dan origen a la pasión desorbitada de Otelo. Los celos surgen por la desconfianza, y ésta la crea Yago, motor de toda la obra. La crea no sin razón, puesto que proviene de una venganza, al no ser el preferido por Otelo para el cargo militar. Ello le lleva tejer hábilmente toda una sarta de mentiras que nos llevan a otro tema: la manipulación del ser humano hacia la maldad. Este aspecto manipulador y vengativo, parece ser el centro de esta versión. De hecho la figura de Yago, espléndidamente interpretada por Arturo Querejeta - llegamos a odiarlo -, tiene un protagonismo relevante, y me pareció percibir mayor texto y presencia escénica. Termina por ser el protagonista de esta versión, alrededor del cual deambulan todos los demás personajes.

Hay otra temática que se ha querido ver en Otelo: el rechazo del moro o el forastero. Traducido en otros términos, la xenofobia. Tal temática sólo puede considerarse como algo pasajero. Otelo es tratado por Shakespeare con amabilidad. No aparece como un villano, como se solían considerar, en su época, a las personas de piel oscura. Más bien es un ser piadoso y honrado, bien considerado por todos, salvo por Brabancio, el padre de Desdémona, que no llega a asimilar la fuga de su hija con Otelo. En esta versión parece que se ha querido universalizar el tema de los celos. Otelo (Daniel Albadalejo) no aparece caracterizado como un hombre de tez negroide, arquetipo usado en casi todas las versiones, incluyendo la ópera de Verdi. Eso monstruosos celos no se deben a cierto primitivismo racial, sino que pueden anidar en cualquiera de nosotros. Personalmente, creo que es un acierto, ya que no vemos al personaje tan distante de nuestra condición humana.  Por otro lado, en el texto se habla del Moro, que no conlleva, necesariamente, la negritud total.

Una de las virtudes de Shakespeare es haber abordado el tema de los celos con misericordia. No son unos celos irracionales, sino que vienen provocados por evidencias urdidas por Yago.

La versión de Yolanda Pallín es austera y limpia. Muy inteligible, hasta el punto de que nos parece un lenguaje actual, sin perder las descripciones poéticas de Shakespeare.  Ello colabora a que la función se haga digerible y nos lleguemos a meter en la trama, casi con un interés policíaco.

Si austera es la versión literaria, lo es también la representación. El original son 5 actos con un total 15 escenas repartidas entre calles, puerto de Chipre, castillo, salas del Palacio etc... Eduardo Vasco ha tenido el acierto, junto a la escenógrafa Carolina González, de crear un espacio escénico sin alaracas. Casi minimalista, pero muy significativo y expresivo, así como la transmisión de grandiosidad, con un toque operístico, conseguido mediante la altura.  

Lo mismo sucede con el bello y discreto vestuario de Lorenzo Caprile, que apunta la época sin ser una mímesis. En contraste con la negrura de los vestuarios masculinos, resplandece el de las damas, que en esta ocasión están reducidas a  dos: Desdémona (Cristina Adua) y Emilia (Lorena López). Bianca, la enamorada de Casio, ha sido absorbida por Emilia, que además de ser la esposa de Yago, la sirvienta de Desdémona, coquetea con Casio. Tal reducción no restalla en la historia. A lo más refuerza la desfachatez de Yago, que, aprovechándose de tal debilidad de Emilia por Casio,  utiliza a su mujer, engañándola, para urdir la intriga. A destacar también el vestuario final de Otelo en la escena de la muerte. Posee un gran sabor oriental, dibujando bien todo lo que supone el personaje, y el Oriente que corre por su venas. Se une, de este modo, al toque operístico de la escenografía.

Los personajes originales son un total 12, aquí se han reducido a 10. Se han suprimido a Graciano (hermano de Brabancio) y a la ya mencionada Bianca, enamorada de Casio). Además de estos personajes protagonistas, Shakespeare  indica: varios senadores, un marinero, un nuncio, un pregonero, alguaciles, músicos, criados, etc. En esta versión se ha reducido a un criado (Ángel Galán), que también desarrolla sus facultades musicales sobre el paino, único y discreto acompañamiento sonoro eficaz para ciertos momentos.

Visto todo así, podría decirse que este Otelo es como una Ópera de Cámara bien construida que nos mantiene el interés y nos permite adentrarnos en la esencia del teatro: el actor, su palabra y su acción, la cual encuentra su movimiento adecuado, sin caer en el estatismo.

Si esta concepción se basa en el actor y su palabra - la estética del teatro de Shakespeare es teatro de actor -, ello requiere una interpretación considerable. Se consigue en todos. La única diferencia es que aquellos personajes como Yago y Otelo, poseen tal protagonismo textual y de acción, que sobresalen de modo especial. Cada uno en su cuerda está brillante y creíble. Sus palabras resultan sinceras y no existe - algo ya trasnochado, gracias a Dios - ese narcisismo del antiguo actor recreándose en sus propias palabras como los oradores decimonónicos. Cristina Adua aporta una bella candidez, que contrasta con la monumentalidad corporal de Daniel Albadalejo, hasta el punto de evocar el mito de la Bella y la Bestia, aunque en Otelo la Bella no domestica a la Bestia. Aquella tiene que morir para que la Bestia se aplaque. Lorena López crea una Emilia muy convincente en su doble actitud, de sirviente discreta y acerada furia al conocer la falsead de Yago. Arturo Querejeta, encarna un espléndido Yago, que nos llega a repeler. Sabe mostrarse como una maligna serpiente. Acertada la escena inicial con Héctor Carballo, el cual interpreta a  un Rodrigo, que va muy bien con esa especie de ser enamorado, pero ingenuo y manipulable.  

La palabra "manipular" ha salido en varias ocasiones durante este comentario, y es que cuando nos topamos con Yago, comprobamos que no sólo manipula a Otelo, sino, también, a Rodrigo, Emilia, y en menor grado a todos los que le rodean. Es como el gran marionetista, hábil en manejar los hilos de su marionetas.

Miguel Ángel Camacho crea una espléndida iluminación, llena de sugerencias para los diversos estados emocionales, que  a su vez colabora en el desarrollo de las escenas, consiguiendo que algunas permanezcan de modo simultáneas.

Este Otelo posee la cualidad de que nos interesemos por la historia, aunque ya la conozcamos, como si de un "thriller" se tratase, así como la comunicación de una serie de emociones y temáticas que persiguen al ser humano "in eternum". Por eso, es un clásico.

 

www.madridteatro.net

JOSÉ R. DÍAZ SANDE

9/08/2014

OTELO, VÍCTIMA DE YAGO

La versión de Yolanda Pallín hace hincapié en el poder de la cizaña para provocar los celos, más que en los propios celos

 

Una de las obras de Shakespeare más definidas en su argumento, más claras en la construcción y, también, más sencillas en la trama es Otelo. Esto nos debe servir para que fijemos nuestra atención en el cinismo de vaivén que profiere Yago, quien verdaderamente ejerce de antagonista abyecto y persuasivo, además de poseer los mimbres que desencadenan toda la tragedia. La presencia en escena de Daniel Albadalejo (ya lo disfrutamos anteriormente en La lengua en pedazos) como el moro de Venecia y de Arturo Querejeta como Yago en una pulsión de fuerzas memorable, nos puede llevar a imaginar que tan solo ellos llevan la obra, con esa transformación tan dinámica y redonda de sus personalidades. Su energía dramática es tal que, en cierta medida, eclipsan al resto del reparto, entre los que destaca Lorena López como Emilia (mujer de Yago) y Fernando Sendino como Casio.

La codicia, el alcohol, la astucia, el impulso por medrar y la envidia se muestran en una escenografía sencilla donde unas enormes puertas a modo de retablo se alzan al cielo desde el mismísimo centro, mientras la música es interpretada al piano con gran coherencia trágica por Ángel Galán. Además, el vestuario de Lorenzo Caprile, en verdad elegante y favorecedor, fundamentalmente en los hombres, pertrechados por casacas negras nada ampulosas. Elementos que favorecen el desenvolvimiento del gran Yago y el enorme Otelo quienes en varias ocasiones se aproximan hacia el público sentados en las escaleras a dictar sus meditaciones, sus verdaderas intenciones, sus miedos, sus tretas, logrando una comunicación superior.

Siempre se ha recalcado la idea de Otelo como paradigma de los celos, pero, ciertamente, en esta versión, algo más concentrada, de Yolanda Pallín —en la que fluyen con prontitud cada una de las frases—, se observa que es la cizaña, la capacidad de la palabra para convencer de lo contrario a un hombre confiado, para enredar con sutiles detalles y propicias exageraciones. Otelo avanza hacia la tragedia porque la lógica del mundo en el que se movía hasta entonces con garantías, ahora es irracional, demoniaco y cruento. Su verbo embriagador, tan útil para conquistar a Desdémona, esa frágil y bella dama a la que ha embelesado, ahora es enmudecido por un cinismo punzante, medido, certeramente ingenuo de su soldado fiel. Y de esa manera, paso a paso, Eduardo Vasco ha logrado dar un brío vivaz al principio, para después dejar que el propio horror que siente Otelo, mientras Yago continúa con su balanceo entre Jekyll y Hyde, nos lleven hasta la hecatombe.

 

www.elpulso.es

1/08/2014

UN OTELO QUE DUELE EN EL ALMA

Tan real que duele. Cada insulto, cada golpe, cada mirada de terror de la víctima que no sabe lo que ha podido hacer y disculpa hasta el final a su agresor... Muestran la violencia más íntima y brutal hasta mostrar en escena, a través de las palabras de Shakespeare lo que podría ser cualquier situación de violencia doméstica en nuestro país en la actualidad.

Con el sello inconfundible de Eduardo Vasco -y que hace que aunque no supieras quien es el director lo adivinaras en cuanto se encienden los focos- el Otelo que se pudo ver el domingo en AUREA exprime hasta la saciedad el texto para mostrar toda la maldad y violencia que puede encerrar un ser humano, planteando la reflexión de si la mentira es capaz de llevar a los extremos o es necesario que ya exista esa maldad y predisposición a la violencia.

De hecho, aunque bastante respetuoso con el texto, esta versión va un paso más allá para subrayar esa violencia -y el miedo de la víctima- y Otelo mata a Desdémona no estrangulándola, sino a golpes como haría cualquier maltratador siglos después de que Shakespeare, y cierra con ese asesinato y el descubrimiento de la inocencia de ella, obviando el resto de muertes posteriores.

Como siempre, Vasco apuesta por una escenografía sencilla, juega con los actores manteniendolos en dos planos diferentes y logra crear una atmósfera idónea para la maldad y el engaño con la música.

Pero, además, en esta ocasión merece referenciarse con especial hincapié el trabajo actoral de Daniel Albaladejo, que interpreta a más que un increíble Otelo al que el público llega a odiar sin tener en cuenta si hay excusa para que haya llegado donde está, y Arturo Querejeta como un magnífico Yago -que quizá adquiere un mayor protagonismo, incluso, en esta adaptación- que es tan creíble cuando muestra su cara servicial, amable y casi inocente, como cuando es un animal maltratador que sólo busca su propio interés. Me atrevería a decir que, para ambos actores, seguro que estos serán dos de los papeles de sus vidas.

Con un vestuario impecable de Lorenzo Caprile, el montaje resulta impecable y provoca en el espectador el impacto y la reflexión que ha de nacer de todo gran montaje, como lo es éste de Noviembre Teatro.

 

Lanza Digital (Ciudad Real)

Mercedes Camacho
 



8/07/2014

EJEMPLO DE PUESTA EN ESCENA

Estamos en racha. Si en marzo vimos una adaptación magistral de un clásico (Misántropo, Miguel del Arco), ahora disfrutamos de un Otelo con una puesta en escena actual, en la línea de las mejores compañías británicas. Es evidente que Eduardo Vasco ha visto el trabajo de Declan Donellan y su compañía Cheek by Jowl, a la vanguardia mundial. Son habituales en el Festival de Otoño madrileño (recuerdo Cymbelino en 2007, Troilo y Crésida en 2008, Macbeth en 2010). Copiar bien tiene casi tanto mérito como inventar. Me explico. Por un lado, propone un escenario limpio, en el que apenas tres elementos cambiantes sirven para configurar distintos escenarios, lo que permite transiciones entre escenas instantáneas y un ritmo sin altibajos. Lo principal, la colocación de los personajes, muy cuidada, que visualiza diálogos que parecen trazados con tiralíneas de lado a lado del escenario. Si dos hablan de un tercero, éste aparece en el escenario ante los espectadores, aunque en distinto plano temporal o espacial o ya colocado para iniciar la siguiente escena, de una forma limpia e inteligible. Así, se evitan los bailes de nombres o las confusiones propias a las que se presta la rica verborrea del teatro clásico.

Lo que no harían los británicos es amputar el texto, en eso son inflexibles. Sí lo  hizo la adaptadora, Yolanda Pallín, pero sabiamente. Siendo una compañía privada, reduce a 8 actores el reparto (para representar a 10 personajes) y elimina las escenas de diversión no relacionadas con el asunto: la perversa trama que maquina Yago para arruinar a Otelo y Casio. Pallín-Vasco consiguen dar naturalidad al montaje de forma paradójica, pues llevan a primerísimo primer plano, fuera del escenario y entre el público, algo tan aparentemente artificioso como los soliloquios de Yago. Este es el gran truco de Shakespeare en Otelo: los espectadores conocemos con antelación lo que va a suceder por boca del maquinador y, conforme se cumplen sus siniestros planes, los protagonistas se marionetizan, se nos presentan como trágicos peleles a los que no hay forma de avisar del trágico destino que les espera. Y nos apiadamos de ellos. Respecto de la versión, sólo una pega al fundirse en uno dos personajes femeninos: Emilia, esposa de Yago y doncella de Desdémona, y Blanca, amante de Casio. Yago (aquí cornudo) no actúa por celos contra Casio, pero esa motivación sugerida resta fuerza a una obra sobre la maldad absoluta: el inmenso daño que causa Yago por algo tan fútil como no haber sido ascendido.

Desdémona en su ingenuidad es conmovedora. Otelo, Casio y Rodrigo son hombres de armas rudos, pendencieros, prestos a dejarse llevar por sus peores instintos (emborracharse, golpear), acostumbrados a dar y recibir órdenes, a tomar decisiones poco meditadas, y lo transmiten bien. Albadalejo interioriza la patética inseguridad de Otelo: moro y negro en una clasista Venecia. Querejeta expresa muy bien la hipocresía y perversidad de Yago. Hay mucha violencia de género en el montaje. Aunque está en el texto, Vasco carga las tintas y la visualiza: Otelo mata a golpes a Desdémona (y no la ahoga dulcemente con la almohada). A cambio, evita al espectador las muertes finales: el suicidio de Otelo y el asesinato de Emilia a manos de Yago. No hacían falta. Para la última escena, ya íbamos sobrados.

 

Diario de Noticias (Pamplona)

VÍCTOR IRIARTE

19/04/2014

VIRTUOSA ADPTACIÓN DE UN CLÁSICO DE SHAKESPEARE

La versión de 'Otelo', de Noviembre Compañía de Teatro, fue celebrada por un casi lleno Jovellanos

El problema, ya casi un tópico a estas alturas, que plantea la adaptación de un clásico para la tarima escénica es quedarse en el defecto de plegarse con un exceso de veneración a la literalidad del original, su texto y su contexto, o por el contrario, caer en el exceso de suplantarlo, generalmente con fuegos de artificio.

Máxime si hablamos de obras tan memorables como la que Noviembre Compañía de Teatro llevó ayer a las tablas del Jovellanos, dirigida por Eduardo Vasco, 'Otelo', un arquetipo universal del que podemos ahorrarnos glosas innecesarias.

Puestos a ser fieles a la dramaturgia de Shakespeare, comenzando en el principio y llegando hasta el final, la función debería prolongarse algo así como unas cuatro horas, y corren tiempos menos benévolos en nuestros relojes digitales. Así que la función se desarrolló durante algo menos de dos horas, lo que no fue obstáculo para que el espíritu shakespereano, al que también se le limaron rimas versificadoras, estuviera muy presente a lo largo de la representación. La virtud de un diálogo artístico entre pasado y presente. Acaso no pudiera ser de otro modo, siendo Eduardo Vasco quien es, director durante siete años de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que tras ese periodo volvió en 2012 para poner en pie otro título del bardo de Avon, 'Noche de Reyes'.

En este caso, atendiendo a la versión que ha hecho Yolanda Pallín de 'Otelo', la quintaesencia destilada no restó un ápice al esplendor verbal del genio, ni a sus hipérboles y excesos (como anotaba elogiosamente Jorge Luis Borges, para distinguirlo de otros colegas más comedidos), bien que pusiera el acento y la perspectiva en el lugar que han estimado más pertinente, en las trapacerías de Yago que van envolviendo los celos crecientes y definitivamente criminales de Otelo.

Y ahí se ha de resaltar la contribución de dos actores que provocan y conmueven al espectador con un talento soberano. Arturo Querejeta, en el papel de Yago, logrando complicidades insólitas para sus perversos intereses. Y Daniel Albadalejo, encarnando a Otelo, ese general firme en la guerra y tierno en el amor (no cabe olvidar que la ternura desemboca en el asesinato), que despertó simpatías también insospechadas. Por supuesto, al fondo está la xenofobia que sufre el moro Otelo y la violencia de género que atraviesa los siglos.

El resultado, ya decimos, la virtuosa visita a un clásico, en el que la escenografía de Carolina González y el vestuario de Lorenzo Caprile, intemporales, agregan junto a la música en directo, sensaciones poderosas. El público celebró con aplausos clamorosos la propuesta.

 

EL COMERCIO (GIJÓN)

ALBERTO PIQUERO

16/03/2014

SENCILLEZ VISUAL PARA LA GRANDEZA DE “OTELO” EN EL TEATRO CUYÁS.

Daniel Albadalejo humaniza al personaje, un moro entre cristianos que mercadean lo mismo en la Corte que en las calles

«Los hombres deben ser lo que parecen», reclama en voz alta Otelo cuando se asoma a una nueva realidad, la que le muestra un seductor aún mayor que él, aquél que se maneja como nadie en el arte de la mentira, capaz de dar cuerpo al rumor y manipular con ello las voluntades. Así alimenta una calumnia quien sabe cómo inyectar el odio, a fuerza de enredar bajos pensamientos con malintencionadas insinuaciones y falsas suposiciones con meras casualidades, quien sabe cómo avivar esa sospecha que anida dormida en la parte más oscura del corazón humano, pero que cuando despierta es capaz de contagiar a toda una colectividad, empujando a su víctima hasta el abismo.

Ese maestro de la seducción más perversa está perfectamente encarnado en Yago, hombre de confianza de Otelo y verdadero director de orquesta de este drama teatral.

Y es tal su capacidad para este arte de la mentira y el engaño, y la fuerza de las palabras dadas por Shakespeare al personaje, que Yago consigue no solo marcar el paso a todos, arrastrando a los protagonistas a la tragedia, sino que además desciende al patio de butacas (literalmente), involucrándonos a todos en el malévolo plan, convirtiéndonos en cómplices de la ruina de un hombre, tan señalado por todos lo mismo por su talento que por ser extranjero en la tierra de otros.

No existe «cuarta pared», el poder de Yago está dentro y fuera del escenario, va y viene a su antojo, pues es él quien mueve los hilos y todos somos partícipes de la violencia implícita que acecha en este drama desde el principio, en definitiva, de la maldad. Arturo Querejeta, siempre sagaz con los textos clásicos, está brillante en el papel y borda su interpretación de Yago, rotundo sobre el escenario, devolviéndole con creces a Shakespeare lo que por derecho le corresponde y que éste ya conquistara un día hace cuatro siglos... Implicar al espectador como a un personaje más de la tragedia, eso sí, impotente para impedirla. Todos somos testigos directos de la trama a medida que esta se va urdiendo.

Shakespeare es contundente por boca del propio Otelo en un momento muy determinado de la obra, cuando las dudas ya han comenzado a adueñarse de su voluntad porque la sospecha ya carcome su mente... «Es mejor ser engañado que sospecharlo una pizca». Y por ello, Otelo lo perderá todo al caer en la trampa de creer perdida su honra, «esa atribución vana y falsa que suele ganarse sin mérito y perderse sin motivos», sucumbiendo al certero veneno de las palabras que llegan allá donde la mano no llega, socavando su espíritu. Daniel Albadalejo humaniza al personaje de Otelo, un moro entre cristianos que además mercadean lo mismo en la Corte que en las calles.

Tiene una profunda evolución en escena, que va de los ideales más puros con los que nos convence por amor, a la desesperación más honda con la que también nos arrastrará hasta el infierno por venganza, convencido de una infidelidad irreal por la que matará lo que más ama, a Desdémona, destruyendo así todo lo conseguido en su vida, preso de un colérico delirio.

Y Albadalejo cambia con él a medida que le hace mella el veneno de la calumnia, hasta en el gesto y en la mirada, como si se lo hubieran dado a beber en pócima, y el hombre profundamente enamorado que se rinde con sutileza ante una mirada de su esposa, se transforma en un ser irracional y amenazador, como una bestia herida. Daniel Albadalejo se crece de manera sobresaliente. Contundente y firme en su actuación sobre las tablas, con un físico que sobresale en altura, sobrecoge cuando irrumpe en el dormitorio resuelto a poner fin a la vida de su esposa, pues la ira que lo empuja a matar parece haber aumentado aún mas su estatura ante los ojos de todos.

Aun más, teniendo en cuenta el físico menudo de Cristina Adua, que exhibe claramente toda la fragilidad de Desdémona, y esa impotencia para hacer valer la verdad que la empequeñece aún más como víctima indefensa. Vestida de blanco, sobre las sabanas nupciales, transmite toda esa pureza verdadera que la calumnia no ha podido arrancar, pero también toda la realidad de esa incomprensión que es ahogada por la violencia, todavía hoy.

La atmósfera de un escenario casi desnudo de decorados, donde son la potencia presencial del actor y la fuerza de la palabra en su voces (acompañados por la melodía del piano de Ángel Galán en directo) los que logran una tensión dramática que va in crescendo, permite observar aún más la atemporalidad de la acción, y de la propia obra de Shakespeare, yendo a la esencia y su moraleja en la vida misma. El montaje tiene algunos elementos móviles, los imprescindibles, que se adaptan a cada escena de manera neutra, delimitando los tiempos sin crear confusión, y que son desplazados a la vista de todos por los propios actores, y tan solo una cortina aterciopelada de rojo y un arco con fresco pictórico ubican los escenarios en Venecia y Chipre, respectivamente.

La rúbrica de Eduardo Vasco en la dirección, responsable de la Compañía Nacional de Teatro Clásico hasta hace poco más de dos años, se nota desde el principio en el ambiente, que apuesta por esa sencillez visual pero está lleno de sensaciones por el nervio de los actores, y en la manera de desarrollar la trama cercando al público con los personajes, con esa violencia sorda que acecha a los espectadores en la obra de Shakespeare desde un primer momento, sea en Venecia, sea en Las Palmas. Un público en pie volvió a premiar el acierto de lo programado por el Teatro Cuyás.

 

ABC (CANARIAS)

NADIA JIMÉNEZ CASTRO

16/02/2014

Actuaciones impresionantes para una gran tragedia

Pasmado y sin pestañear, así asistí al recital interpretativo que presencié viendo la versión de Otelo que la Compañía Noviembre estrenó el pasado año y que se representa hasta el domingo en el Teatro Lope de Vega de Sevilla. Si hace dos años un servidor disfrutó como un niño con Noche de Reyes, este nuevo acercamiento al universo creativo de William Shakespeare deja enmudecido al patio de butacas por la profunda carga dramática del texto y, sobre todo, por unos actores absolutamente entregados de los que el director Eduardo Vasco extrae lo mejor de cada uno de ellos.

La trágica historia de Otelo, el moro de Venecia corroído por los celos, tiene en el binomio formado por Daniel Albaladejo y Arturo Querejeta uno de sus grandes atractivos. Albaladejo aporta su portentoso físico y su profunda voz a un personaje envenenado por las palabras y que expresa la violencia de una manera muy gráfica para exponer con toda claridad la brutalidad que contiene la obra de Shakespeare. Quien disfrutase de su impecable interpretación del Rey Alfonso V de Portugal en la serie Isabel, se quedará fascinado por su interpretación de uno de los iconos del teatro universal.

Por su parte, Arturo Querejeta, que, en Noche de Reyes, se ganó al patio de butacas por su composición del bufón Feste, compone un Yago difícil de olvidar, ya que la tela de araña que va tejiendo para conseguir sus fines es de una sutileza que los demás personajes son manipulados por él sin darse cuenta. Las palabras envenenadas son dichas con el sigilo y la astucia de una sigilosa serpiente. Querejeta demuestra una vez más su versatilidad y su seguridad en el escenario y con los textos clásicos.  No en vano formó parte del estreno mundial de La gran sultana de Cervantes en la Expo'92, todo un acontecimiento dirigido por Marsillach, y tiene una extensa carrera con numerosas obras de nuestro Siglo de Oro, algo que comparte con Albaladejo.

El resto del reparto cumple con su cometido con creces, muchos de ellos ya presentes en Noche de Reyes: Fernando Sendino compone un Casio que se ve abrumado por las circunstancias mientras Héctor Carballo, en el papel de Rodrigo, muestra matices de ambición en los que Yago ve el perfecto comienzo para su particular venganza. El elenco masculino lo completan a la perfección José Ramón Iglesias y Francisco Rojas, todos ellos como Albaladejo y Querejeta, con una amplia experiencia en el teatro clásico.

Párrafo aparte les deseo dedicar a las dos actrices del elenco: Isabel Rodes, a la que recuerdo en El alcalde de Zalamea y, sobre todo, como la Dorotea de El perro del hortelano (ambas dirigidas por también por Eduardo Vasco) cumple a la perfección la labor que se le encomienda al fusionar al personaje de Blanca con el de Emilia, algo que dramáticamente funciona muy bien junto con su increíble alegato feminista. Por su parte, un servidor se quedó prendado de la interpretación de Cristina Adua como la inocente Desdémona, mostrando su fragilidad e incomprensión ante unos hechos en los que ella no ha formado parte.

El montaje está bien acompañado por la música en directo de Ángel Galán al piano, acentuando el aire trágico-dramático de la historia y por la potente luz Miguel Ángel Camacho. La acertada dirección de Eduardo Vasco hace que los diferentes cuadros de acción se vean claramente sin confundir al espectador con una escenografía de Carolina González con los elementos justos y necesarios para trasladar las acciones de un lado a otro.

Por su parte, Lorenzo Caprile demuestra de nuevo su saber hacer y viste a los actores acertadamente para incidir en la atemporalidad del marco de acción y, por ejemplo acierta de pleno con el traje blanco de Desdémona, transmitiendo su pureza exterior e interior en un montaje donde la tensión dramática se corta con un cuchillo y que es un regalo para el que, como yo, no había visto esta obra nunca sobre un escenario. FELICIDADES, NOVIEMBRE.

 

http://elrinconcillodereche.blogspot.com.es

ALEJANDRO RECHE SELAS

08/02/2014

Otelo despojado: el turno del actor

No es la regla habitual en la adaptación de clásicos -desde luego no ahora que la televisión ha vuelto a despertar el gusto por los afeites en las recreaciones pretéritas-, y la verdad es que se agradece la apuesta que los Noviembre hacen aquí por la desnudez y la economía escénica. Así, este Otelo lo apuesta casi todo a la presencia de los actores, a la pregnancia de su físico y a la buena proyección de la palabra shakespeariana. Y el resto de esfuerzos está para apoyar esta alianza de carne y palabra: la escena que se ensancha hasta el borde, que penetra periódicamente en el patio de butacas, que se multiplica con un puñado de elementos polivalentes que sirven sobre todo para generar la neutralidad de fondo de la que se recortan los personajes (a veces, en su quietud desesperada o expectante, jugando con la impresión pictórica).

 

Esta escena desplegada y policéntrica sirve para multiplicar espacios y acelerar el drama, lo que no es mala táctica cuando la historia es archiconocida. A esta velocidad, sin embargo, no parece adaptarse todo el reparto igual de bien, y los que más lo sufren son los que menos se calientan. Yago (Querejeta) y Otelo (Albaladejo), por el contrario, hacen brillar sudores y lágrimas sobre la carne.

 

DIARIO DE SEVILLA

ALFONSO CRESPO

07/02/2014

El Otelo de Shakespeare más didáctico de todos los tiempos

Una adaptación de la obra clásica, que engancha al espectador durante más de hora y media.

 

Desde hace muchos siglos el teatro es el reflejo más sincero de la realidad diaria. Los genios, como Shakespeare, van un paso por delante. Si no, esta obra no podría ponerse en escena hoy en día. Son capaces de diseñar una obra tan viva, que resista el paso del tiempo, y sea capaz después de varios siglos de remover conciencias y hacer pensar a quienes quieran hacer pensar ante ella. Por otra parte, los directores de teatro que buscan libretos amables y seguros siempre acaban desempolvando obras que tienen vigencia en cualquier tiempo, a cualquier hora, en todo tipo de sociedades. Más aún cuando se tratan los principios emocionales del ser humano. Y por ello, el teatro clásico conciso y esclarecedor se está buscando un hueco. No hay más remedio que innovar. Se rompen esquemas y así sitúa a la vanguardia de la dramaturgia de los últimos tiempos a este director. Eduardo Vasco deja impronta desde el inicio. Crea un ambiente envolvente. Desarrolla la trama con maestría y hace que un texto duro y archiconocido sea digerible y hasta saludable. La apuesta por la sencillez y la retirada de artificios, gracias a la intervención de Yolanda Pallín, refresca el resultado y lo hace más creíble. Los cinco sentidos puestos en un escenario. Los sabores de los celos, el tintineo de los sonidos de la sinrazón, la acidez recalcitrante del odio y de la maldad, la sutileza de las venganzas y una suma de emociones que llenan las tablas de sentimientos encontrados. La fuerza de los actores crea además cercanía. El vestuario de Caprille crea elegancia. La realidad del libreto el entramado de la musicalidad. El espectador debe poner el resto pues en este tipo de obras el desarrollar la imaginación forma parte del espectáculo.

 

La lucha del poder en una sociedad machista está presente en todo momento. La violencia de género, que podría verse como recurso barato, no es lo que parece. Es la violencia de los personajes. La propia pasión de la creación de cada actor o de cada actriz para saber transmitir algo que en la Venecia de Shakespeare estaba diluida entre cortinas y paredes, pero que ahora en el Jerez de la crisis, es capaz de robar el corazón a costa de hacer pensar. La fuerza de la diferencia de géneros. Las relaciones entre hombres y mujeres, entre amantes despiadados y entre uniformes es ahora la realidad de gente sin principios y donde la vida solo tiene el valor que se le quiera dar cuando las cosas no se tuercen. La celotipia, la ansiedad de ejecución, la paranoia, el amor ciego y la mentira para escalar poder hacen un cocktail perfecto de teatro de expresiones.

 

Los figurines son capaces de crear ambiente, y todos ellos, en base a una escenografía minimalista, crecen conforme la obra crece en argumentos. Crecen en altura y en dimensión espacial desde abajo a arriba. Podemos asistir a una radiografía de los anhelos en tres dimensiones. Los que se tiene entre ceja y ceja, aderezado por las pasiones de los personajes. Se asientan en el escenario como con sobrepeso, y se mueven en el espacio escénico con soltura. Un Yago embaucador, que para urdir sus planes, usa el artificio de dejar la composición de teatro romano para bajarse al estilo del teatro griego de acercarse al patio de butacas para hacernos cómplices. Unas manos de pianistas meciendo la cuna de la puesta en escena, con acordes al oído para adormecer pasiones. Ojos de dragón encendido en los protagonistas gracias a una iluminación de calles y frontal cuidada. Sobre todo en el malvado Yago. Movimientos de serpientes deslizándose entre bambalinas y una ocupación de escena delimitando los tiempos, porque una cortina de sea aterciopelada enmarcaba la escena en Venecia y uno más pictográfico hacía de abstracción de Chipre. Una abstracción total en la escenografía, con pocos objetos pero útiles, con cambios a vista por los propios actores y grandes espacios para no ahogar a los figurines. Mutis sorpresivos que inundan de fuerza el escenario, con el aliciente de encadenar escenas paralelas en las últimas frases de los diálogos. Diálogos llenos de matices tonales que difuminan las intenciones. El animalario de gente sin principios razonados, que encarnan personajes perfectamente definidos y que en base a sus miserias transmiten en unas tablas lo que el autor quiere crear como epitafio: la mentira, el amor y los celos en una obra intemporal. Todos ellos, en una línea actoral sobresaliente, creando fuerzas antagónicas y negociando las tensiones y como todo buen libreto de Shakespeare de forma lineal hasta alcanzar el punto álgido del desarrollo donde la resolución del conflicto es archiconocida.

 

El teatro clásico fuera de los corrales de comedia, o fuera de los teatros victorianos de mejores épocas, necesita más apoyo en las formas. Esto se puede palpar en esta propuesta. En el texto, alejado de sobras; en la expresión gestual, llena de guiños a la comedia del arte, y a los tonos de las cuerdas vocales, donde los personajes dejan crecer sus cambios de humor. Todos los personajes se alimentan entre ellos, haciendo posible que disfruten su osadía y disfruten el resultado, en base a que se sienten permanentemente apoyados por su director de escena, tanto en movimientos, en intenciones y en el juego postural sin improvisaciones ni banalidades. En el juego de las situaciones paralelas con escenas entrelazadas en diferentes partes del escenario. Tanto, que el comienzo del espectáculo usa el recurso de anticipar la posición final de los personajes. Como un cuento donde la línea argumental acaba siendo solo un pretexto para el momento del éxtasis final en el desenlace anunciado. Un lujo en el escenario si es posible ver todos los matices y un lujo en nuestra vida, si queremos ver las pistas que nos dan para entender muchas cosas.

 

DIARIO DE JEREZ

NICOLÁS MONTOYA

03/02/2014

O MÍA O DE NADIE

Daniel Albaladejo y Arturo Querejeta brillan en el ‘Otelo’ de Eduardo Vasco, que recibió una gran ovación en el TCM

 

Eduardo Vasco tenía una convicción de acero: Daniel Albaladejo estaba en

su punto ideal para dar vida a Otelo, el moro de Venecia, el celoso asesino más popular y citado de la Historia. Y un deseo: dirigir al actor murciano en el nuevo montaje de su compañía Noviembre: un ‘Otelo’ de Shakespeare atravesado, como una flecha de amor, por la mirada de Yolanda Pallín. Pues que dé gracias a la brujas de Macbeth, a las de Zugarramurdi o a las que le hayan echado una mano creativa, porque Vasco ha dado en el centro de la diana: Daniel Albaladejo es un Otelo espléndido, fiero y frágil, un animal de imponente zancada y un hombre con la resistencia de un niño ante la tentación; ya saben: convencido de que su amada Desdémona merece la muerte, él se encarga de ello por más que las lágrimas le nublen una mente ya de por sí convertida en oscuridad: la mata, con una rabia infinita, de un golpe seco, arrojada contra la pared con una violencia que te pone el estómago del revés.

Y, además, al exdirector de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) le ha salido uno de los mejores espectáculos de su carrera: limpio, fluido, convincente, teatro sin adornos, vivo. No es fácil tratándose de Shakespeare, que no tiene mucha suerte con los directores españoles, que se quedan en ‘dodotis’ ante fenómenos paranormales como los de Declan Donnellan y su compañía Cheek by Jowl.

Vasco, que ha arropado una vez más a sus actores con el estimulante vestuario selecto de Lorenzo Caprile, ha contado con otra baza segura para el éxito de su ‘Otelo’: el actor Arturo Querejeta en el papel de Yago, verdadero motor de Fórmula-1 de esta obra. De físico completamente alejado del de Ewan McGregor [encarnó a Yago en el Donmar Warehouse londinense, en 2007], que le brindó al personaje su voz excepcional para manipular a su antojo a Otelo [al que daba vida Chiwe- tel Ejiofor, el protagonista de ‘12 años de escla- vitud’, de Steve McQueen,] Querejeta se transforma en un Yago que maneja los hilos con una sutileza de seda y una eficacia letal: puro ácido. Queda dicho que construye un Yago muy hijo de puta, así es que logra un Yago bárbaro de los pies a la cabeza: está espléndido, está abominable, está temible y, sí, lo consigue: te atrapa. Ya lo sabemos: el mal sabe cómo tentar, se convierte en rocío en tus manos y las dirige a su antojo.

Y, mientras que Yago parece salir de un cuadro de cartujos de Zurbarán, enjuto y corriente, Otelo parece rescatado de ‘El martirio de San Mauricio’, de El Greco. Da la impresión de que ambos parecen disputar a veces una vibrante partida de tenis, en plan el alto Ivo Karlovic contra el más bajo Olivier Rochus, que se contempla con pasión.

Daniel Albaladejo muestra muy bien cómo Otelo enferma de amor, o sea de celos, o sea de humanidad, que también es monstruosa cuando se encarcela la razón. Vuela muy alto aquí: en los gestos, en la voz cargada de emociones y dudas, en el pavor que da y la compasión que suscita, en lo pardillo que termina siendo atendiendo el canto de las mil sirenas feroces que parecen habitar dentro de Yago, una Celestina ambiciosa y muchísimo más cruel que la de Rojas. Odia profundamente al moro Otelo, al extranjero en Venecia, el jefe que lo sustituyó como lugarteniente por el fiel Casio, contra quien también lanza serpientes envenenadas. Le hace ver a Otelo que Desdémona [celestial, como recién duchada y perfumada, Cristina Adua] le es infiel, lo traiciona, se burla de su amor, y nada menos que echándose en brazos de Casio. Hace que llueva sobre Otelo la sospecha, hace que se vaya oscureciendo su alma, que sienta que se le está robando la hombría; a él, el militar ejemplar y valiente.

En este ‘Otelo’ de reparto sólido, el drama sangriento y la intriga se respiran a cada momento. La puesta en escena es atemporal y, por supuesto, no ajena a esa costumbre que tiene Vasco de regar sus montajes con un reconocible baño de vísperas de invierno; todas las piezas encajan, todo está en orden: el oleaje te entierra los pies cuando llega. Los actores se alientan entre ellos, se creen la propuesta y la ofrecen con eficacia: lo importante son las palabras de Shakespeare, aquí servidas por Yolanda Pallín sin piruetas ni engolamientos. Qué fácil es perder el norte amoroso, hacer el tonto, el primo o el canelo; qué fácil es pinchar en hueso (de olivas de Cieza, riquísimas).

LA VERDAD (MURCIA)

ANTONIO ARCO

13/01/2014

CUÍDENSE

Cuídense todos ustedes de los celos, “un monstruo de ojos verdes” capaz de destruir a cualquiera. Cuídense de pasiones enfermizas que hacen que uno acabe hasta con lo que más quiere. Pero cuídense sobre todo de los ‘Yagos’ que vierten veneno sobre oídos ajenos. Que el cielo –o Dios o quien ustedes quieran…– les proteja de ellos, de quienes buscan su propio interés y únicamente se mueven por el odio, de quienes parecen buena gente incluso cuando en su interior ya están engendrando al monstruo.

Shakespeare, conocedor como pocos del alma humana, de sus pasiones y miserias, creó con Yago un personaje tan malvado como real. Un ambicioso y cruel sargento que teje y ejecuta –moviendo los hilos en la distancia– ‘La tragedia de Otelo, el moro de Venecia’. Un ser de dos caras al que da vida en esta versión de Noviembre Teatro Arturo Querejeta. ‘Animal’ de escenario, veterano de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Querejeta aguanta la mirada del público, clavada en su rostro ya medio desencajado por el odio, mientras desvela su plan entre las butacas, al pie del escenario. Maldice, urde, ríe… Logrando que uno casi rece por no cruzárselo en la vida, pero también despertando alguna sonrisa cómplice… ¡Qué cabrón!

Pero no hay Yago sin Otelo, sin el ‘moro’ que, con igual solvencia y talento, y sin necesidad de pintura en el rostro –la mirada remarcada con kohl ya es suficientemente atemorizadora–, crea Daniel Albaladejo. El actor cartagenero, que volvió al TCM tras ‘¡Ay, Carmela!’ con las localidades agotadas, no es, a pesar de su imponente físico, un Otelo cruel. No es una bestia… Aunque sí se convierte en ella por momentos. Los celos hacen que el hombre locamente enamorado de Desdémona, el inteligente general no carente de sensibilidad, rompa su propia ley de que “hay que ver para dudar” y caiga en todas las trampas preparadas por Yago. Un simple pañuelo desata la tragedia, y Otelo, con la mirada nublada y también a los pies del público –sobrecoge aún más su presencia y la escena que protagoniza–, dice impasible a su joven esposa que pida perdón por sus pecados antes de morir.

El buen trabajo del resto de actores –destacan la joven Cristina Adua, inocente pero nada apocada Desdémona, e Isabel Rodes, carnal y real Emilia–, una acertada poda del texto original firmada por Yolanda Pallín, la limpia escenografía de Carolina González, el maravilloso vestuario de Lorenzo Caprile y la apuesta por la música en directo –remarca lo justo los momentos justos– completan el montaje de Eduardo Vasco. Ayudan a mantener expectante al público hasta la equivocada venganza que también destruirá a un Otelo ya libre del cegador veneno de su sargento, al fin descubierto. Pero quedan muchos más ‘Yagos’ por ahí. Shakespeare lleva avisando 400 años y seguimos igual… ¡Cuídense!

 

LA OPINIÓN DE MURCIA

JULIA ALBALADEJO

13/01/2014

Y LO PUSO EN PIE

Más de 500 años hace que William Shakespeare se sentó y escribió Otelo. Hoy muchos periodistas se sientan y escriben también sobre ese mismo tema. Lo que ahora llaman violencia de género. Parece mentira y es penoso que cientos de años después hayamos cambiado tan poco.

Noviembre Teatro se planta en Murcia dirigida por Eduardo Vasco, con siete años de director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico a las espaldas. Y nos llega con alguien muy nuestro, con alguien que conoce bien las calles de nuestra ciudad y que muere por subirse a un escenario en Murcia, recordando los 13 años que el destino, o quien sea, no le ha dejado hacerlo.

La adaptación de Yolanda Pallín ha dejado el texto de Shakespeare en algo más de hora y media de duración, ya que el original dura cuatro horas y a la velocidad que vivimos en este siglo alguien hubiera pedido la cena.

Otelo, el general de los ejércitos venecianos, un tipo duro pero enamorado hasta las trancas y en secreto de Desdémona. Y en secreto también se casa con ella provocando la furia de su padre y la salida de ambos del país ni más ni menos que a las trincheras de Chipre. Un lugar poco habitual para vivir una historia de amor pero el mejor marco para la tragedia que se cierne sobre ellos. Y de eso ya se encarga Yago, que entre buenas caras y malas artes lía a Otelo de tal manera que provoca que unos celos infundados acaben con la vida de Desdémona que aún no se explica que ha desatado la ira de su dulce amado.

Porque sí, el Otelo de Daniel Albaladejo es un tipo adorable, de esos duros con corazón, de esos que encandilan a las chicas. Y el Yago de Arturo Querejeta, envidioso, rencoroso, egoísta…¡pero que malo es y qué bien lo hace!. Hay que preguntarle como un malo tan malo hace que te sonrías en la butaca. A Otelo se le nubla la vista y la razón cuando las triquiñuelas y los teatrillos de Yago le hacen creer que Desdémona le es infiel. Y de repente Daniel Albaladejo se crece, en todos los sentidos. Se crece como actor, como un Otelo herido e irracional que no deja resquicio a la reflexión, que hasta le cambia la forma de mirar. E incluso parece que se crece físicamente, y mira que es alto, cuando aparece en la alcoba de su esposa dispuesto a acabar con su vida.

Albaladejo esperaba ver el Teatro Circo lleno, como cualquiera, supongo. Pero cualquiera no lo consigue y su Otelo colgó el cartel de Localidades agotadas. Pero, como él mismo dice, no solo hay que hacer que la gente vaya al teatro sino hay que gustarles. Y si el Circo se puso anoche de pie será porque algo le gustó.

Solo una cosa más. ¡Qué no pasen otros 13 años!

 

www.teatrico.wordpress.com

MERCEDES ZAMBUDIO CORTÉS

11/01/2014

UNA TRAGEDIA MUY ACTUAL

La compañía de teatro Noviembre ha traído al Rojas toledano teatro puro, sin artificios. Texto shakesperiano en versión acertada de Yolanda Pallín, en el que la pasión llamea y respira fuego por cada palabra por cada gesto. Drama fatal y comedia de intriga entrelazados. Pura dramaturgia en el estilo bien definido al que nos tiene acostumbrados Eduardo Vasco, funcional, moderna, entendible, atemporal y siempre con esos detalles que engrandecen su arte, como es la música en directo y el vestuario de exquisito diseño de Lorenzo Caprile. Unos actores que lo bordan, excelentemente definidos para singularizar sus contrastes en atención a la función que desempeñan, entre los que sobresalen la creación de un Yago (Arturo Querejeta) que será recordada por mucho tiempo, y un Otelo, cuya pasión enfermiza está amorosamente humanizada por Daniel Albaladejo.

El amor y el casamiento entre Otelo y Desdémona. La poca gracia que este amor le hace al padre Brabancio y la mala gana con la que cede su hija al moro Otelo. El odio profundo de Yago hacia Otelo. Las malas artes de Yago para desacreditar a Casio (que le había sustituido como lugarteniente) y para inducir en Otelo sospechas de infidelidad de su esposa Desdémona. La intercesión de Desdémona a favor de Casio y el fuego de los celos que va arrebatando el alma de de Otelo. Y siempre el protagonismo interesado del “malmetedor”, mentiroso, manipulador y mala persona Yago, que utilizando a unos y otros, urde la trama para que los furiosos celos de Otelo desencadenen la tragedia.

Creo que el protagonismo de la obra en este “Otelo” de Shakespeare/Vasco corresponde tanto o más a la maldad del interesado Yago, que a los celos inducidos del poco razonador Otelo, que termina por convertirse en un personaje patético con un actitud más estética que moral ante las acciones que se encadenan. Así es la vida, a veces las cosas pasan porque alguien -los innumerables Yagos retorcidos que pueblan el mundo- es capaz de turbar las mentes de los Otelos, que debieran poner más voluntad en averiguar la verdad y no en regodearse en el tormento de los celos (esa respuesta emocional que surge cuando una persona percibe una amenaza hacia algo que considera como propio). Celos y otras pasiones humanas, como el egoísmo interesado, incluso una sutil presencia del bárbaro (el moro Otelo) mal asimilado por la sociedad que lo acoge (Venecia). Comparto la opinión de quienes afirman que, después del “Edipo” de Sófocles, ningún drama puede ejercer sobre nuestras pasiones mayor influencia que los de Shakespeare: “El rey Lear”, “Hamlet” y este de “Otelo”.

Otelo mata a la Desdémona por celos. Él mismo, fulminado por el descubrimiento de haber dado muerte a su inocente esposa, y tras haber hallado, con motivo del derrumbamiento de su mundo, la lucidez mental, muere estoicamente por pura lógica de la acción y como merecido castigo. También a los demás alcanza la tragedia. Esto es lo que pasa, pero no es preciso tomárselo a la tremenda ni al pie de la letra. Esta obra de Shakespeare nos deja muchas preguntas en el aire y nos presenta no pocas contradicciones. Sin embargo, Pallín/Vasco nos dan algo más de lo que escribiera el bardo inglés, pues en este “Otelo” encontramos temas tan actuales como la violencia contra la mujer, el ejército profesional o puramente mercenario o la sutileza del tratamiento de la población inmigrante.

Las dificultades del drama, que no son pocas, las ha sabido sacar muy bien adelante Eduardo Vasco, a partir de la versión de Yolanda Pallín, con un lenguaje que tiene la virtud de hacernos cercano, posible, verosímil y entendible lo que ocurre y se dice en el escenario. Y, la verdad sea dicha, la obra de arte se logra con el sobresaliente trabajo actoral de Arturo Querejeta (Yago), Daniel Albadalejo (Otelo), Cristina Adua (Desdémona), Fernando Sendino (Casio), Héctor Carballo (Rodrigo), Isabel Rodes (Emilia), José Ramón Iglesias (Brabancio/Montano), Paco Rojas (Dux/ Ludovico) y Ángel Galán (pianista y criado).

El teatro de Rojas, absolutamente lleno, suma un nuevo acierto en su programación. Los espectadores degustaron una obra de alta cultura y quedaron satisfechos y pidiendo más, más cultura, más teatro y menos terror contracultural de ese 21 por ciento de IVA que terminará por empobrecernos a todos.


ABC TOLEDO

ANTONIO ILLÁN ILLÁN

07/12/2013

NO HAY OTELO SIN SU YAGO

No hay Otelo sin su Yago, como Peter Shaffer no habría escrito ‘Amadeus’ sin la necesaria presencia de su Salieri. La celebérrima tragedia de Shakespeare, cargada de sexo -la proverbial referencia al Moro y Desdémona convertidos en «bestia de dos espaldas»- y de hiel sobre los canales de Venecia no se sostendría sin el artífice de la intriga. El cabrón responsable. La ponzoña del embustero, adulador y egoísta. Un Yago, en este caso, recio y creíble, de voz aguardentosa. Un cruel militar hecho a violaciones y matanzas que aguanta mucho mejor la credibilidad del personaje que la vis sibilina y endeble que han elevado a la categoría de tópico muchas representaciones. Ese Yago, por obra y gracia del director Eduardo Vasco, que nunca defrauda, se llama Arturo Querejeta. Es, sin necesidad de más explicaciones, uno de los más grandes actores de nuestro país. En Toledo, querido y aplaudido en un Teatro de Rojas a cuyos ciclos de Clásico ha acudido en innumerables ocasiones. Pero es que tampoco existiría un Yago sin antagonista. Tratándose, en este caso, de Daniel Albaladejo, que ha participado (con y sin Eduardo Vasco) en algunos de los clásicos más rotundos de los últimos años, tampoco es necesario repetir elogios para los protagonistas de este ‘Otelo’, sobradamente conocidos en nuestros días a raíz de la participación de ambos en la serie ‘Isabel’. Sí se los dedicaremos a la puesta en escena, sencilla, viva, articulada a través de piezas de piano que bien podrían trasladar al espectador a los primeros años del siglo XX y el espíritu de los primeros años del cine. Según Eduardo Vasco, este ‘Otelo’ de la compañía de teatro Noviembre ha sido representado «en nuestro tiempo», aunque apelando a una «historia de manipulación que hurga en lo más profundo de nuestra humanidad». En realidad, lo que ha conseguido el director con esta nueva incursión en el teatro clásico es dotar de realidad a un material que no resulta fácil adulterar impunemente. El público no es idiota, y ayer el Teatro de Rojas estuvo lleno. Se prevé algo similar para esta tarde, pero aún quedan entradas.


LA TRIBUNA DE TOLEDO

7/12/ 2013

"UNOS CELOS CLAROS Y CERCANOS

Si Ortega y Gasset dijo
 que la claridad es la cortesía 
del filósofo, el director Eduardo Vasco hace algo parecido pero en teatro. En concreto, esta obra se trasmite con una claridad meridiana. Con ella se sigue una línea de la pérdida de respeto a la grandiosidad que suele acompañar al nombre de Shakespeare, para hacerlo más cercano. Así es este montaje, verosímil y próximo. Un logro que proviene de los distintos elementos que conforman esta producción de Noviembre Teatro.

En primer lugar, Yolanda Pallín ha realizado una versión con un ritmo muy de hoy. Ha sabido podar a la perfección una de las obras más largas de Shakespeare sin que pierda oxígeno, poética. La única duda es que el plan marcado por Yago pasa algo rápido: los espectadores ganamos ritmo, pero perdemos un tanto de este proceso maquiavélico, de esa especie de fatalidad al estilo Fritz Lang.

Un río de los muchos que van a dar a la efectiva, ordenada e inteligente puesta en escena de Eduardo Vasco. El movimiento escénico está afinadamente dibujado, y eso que se utilizan pocos elementos; pero, ante todo, brilla el tratamiento de la individualidad de cada personaje, lo que da alas a una materialidad teatral que entra muy bien porque, repito, va al grano a la hora de contar una historia y de expresar este ambiente de celos y sospechas. Un ambiente redondeado por un piano (Ángel Galán) que trasmite las situaciones y peripecias; por un espacio escénico (Carolina González) sucinto y bien utilizado; por una viva iluminación (Miguel Ángel Camacho), y por un vistoso vestuario (Lorenzo Caprile) que mezcla elementos de época y contemporáneos.

El elenco al completo, acoplado, disciplinado y seguro, resalta por su modo de decir, por su elocución, pero también por su firmeza escénica. Y en ese conjunto se distingue patentemente Arturo Querejeta. Maestría y dominio escénico que conlleva el tratamiento de un Yago que vive también su transición ya que no se presenta como un simple un loco que busca el poder, es más ambiguo; lo que deja franca la puerta para volver a la pregunta eterna: ¿por qué hace lo que hace? Si la teatralidad de Yago es soberbia, la de Otelo es inquietante. Daniel Albaladejo (Otelo) dibuja un guerrero fino y dulcificado al principio, lo que hace que se note más su metamorfosis. El ideal perdido."

E. H.

CARTELERA TURIA

15/11/2013

 

"La acción es de un gran dinamismo, conducida con ritmo y con algunos detalles originales, como la petaca de licor. La violencia física de los cuerpos en lucha y un buen trabajo de los actores, compenetrados y seguros, con voces suficientes para decir las hermosas palabras del texto. Conductor de la acción el magnífico Yago que encarna Arturo Querejeta, sargento eficaz, en principio un poco refinado. Daniel Albaladejo es un buen Otelo e Isabel Rodes, la brillante Emilia elevada a la categoría de cprotagonista"... "Éxito y grandes aplausos para todos, incluídos Eduardo Vasco y sus colaboradores"

Fernando Herrero

El Norte de Castilla

Sábado 12/10/2013

"...Hay que señalar el magnífico ritmo que mantiene Eduardo Vasco y el buen trabajo actoral de todo el elenco de Noviembre Teatro, en especial Arturo Querejeta como Yago..."

Tardes de teatro

Carlos Toquero

Diario de Valladolid

13/10/2013

"LA MÚSICA DE LOS CELOS

Lo primero que cabe decir de esta producción de Noviembre es que Yolanda Pallín ha realizado una versión con un ritmo muy de hoy. Ligera, pero sin perder el oxígeno de la trama de una de las obras más largas de Shakespeare. La única duda es que esa fatalidad al estilo Fritz Lang, unida a una estrategia digna de Maquiavelo, pasa demasiado rápida. Un aspecto que no digo en negativo, sino a modo de deseo de vivir más esta perversa astucia de destruir al superior.
A partir de este material, la puesta en escena de Eduardo Vasco es limpia, efectiva, ordenada  y muy perspicaz. No es innovadora, pero sí que posee una notable carpintería. A estos datos primarios hay que añadir que el director ha cuidado la individualidad de cada personaje, lo que da relumbre  a una materialidad teatral que entra bien desde en un primer instante, porque va al grano a la hora de contar una historia y de expresar este ambiente de celos y sospechas. Un ambiente redondeado por un piano que trasmite las distintas situaciones y peripecias escénicas; por un espacio escénico escueto y bien utilizado, y por un vestuario que se adhiere a la vista por su mezcla elementos de época y contemporáneos.
El elenco al completo resalta por su claridad de sentimiento y sobre todo de elocución. Y tal vez el atractivo mayor esté en el personaje de Yago, ya que el actor Arturo Querejeta se apega a él con gran maestría y dominio escénico. Y más que un loco por el poder, vemos y sentimos una personalidad  ambigua, lo que hace subir el interés por este personaje que siempre va unido a una pregunta latente: los motivos para hacer lo que hace. La teatralidad de Yago es soberbia, pero la de Otelo es turbadora. Daniel Albaladejo (Otelo) dibuja un guerrero un tanto humanizado al principio, lo que hace que choque su transformación (el ideal perdido). Y la joven Cristina Adua da buena cuenta de una Desdémona delicada y carnal, casi cómplice inconsciente de su desgracia. ¿La ironía de Shakespeare?" 

 

ENRIQUE HERRERAS

DIARIO LEVANTE

10/11/2013

"La semana pasada asistimos al estreno de Otelo de Noviembre Teatro, montaje en el que Eduardo Vasco ratifica esa opción de trabajo con los clásicos que tan estupendamente le funciona desde hace años y que ha patentado una particular fórmula estilística basada en la elegancia de las formas, la sobriedad escenográfica, el detallismo en el vestuario, la música en directo, la claridad interpretativa, el rigor en el tratamiento del texto y una belleza general que envuelve, de manera fascinante, el espectáculo. Arturo Querejeta triunfa con su Yago dominado por una violencia latente, portador de un espíritu tan inteligente como malévolo, verdadero demiurgo de la acción, como remarca desde la dirección Vasco. Daniel Albadalejo y Cristina Adua, Otelo y Desdémona respectivamente, bordan sus respectivos papeles dentro de un elenco que destaca por su unitaria calidad."

 

EL PATIO DE COMEDIAS

Purificació Mascarell

http://elpatiodecomedias.wordpress.com

11/11/2013

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